España vive una crisis política de enorme profundidad, sin duda la mayor desde la Constitución de 1978. Aunque en una perspectiva europea e internacional comparada no somos raros, dado que otras democracias occidentales están padeciendo crisis similares, esto no puede llevarnos a banalizar nuestros problemas ni a desatenderlos.
La crisis política catalana es la crisis del conjunto del proyecto español de convivencia.
En nuestro caso, la manifestación más intensa, grave y urgente de esta crisis política es el problema catalán. Sin abordarlo, no sólo la vida política catalana permanecerá alterada, sino que lo estará también el conjunto de la vida política y social española. La modernización española permanecerá bloqueada mientras no lo atendamos. En este sentido, la crisis política catalana es la crisis del conjunto del proyecto español de convivencia.
El problema catalán pudo ser visto en el pasado inmediato fundamentalmente como un conflicto político con el Estado. Pero a partir de las decisiones tomadas de forma unilateral por la mayoría independentista del Parlment de Cataluña los días 6 y 7 de septiembre de 2017, ese problema ha pasado a ser, en primer lugar, un problema interno de la sociedad catalana, en términos de una fractura civil y una polarización política que impiden la gobernabilidad y la ordenada vida empresarial y dificultan la convivencia.
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