El Cercle d’Economia, juntamente con el CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs), os ofrece cada mes un breve análisis de la situación geopolítica global
Pol Morillas, director del CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) y miembro de la Junta Directiva del Cercle d’Economia
La geopolítica del nuevo año
Las claves de enero de 2023 se basan en el informe anual de CIDOB “El mundo en 2023: diez temas que marcarán la agenda internacional”, disponible aquí.
Aceleración de la competición geoestratégica, la fragmentación regulatoria y la desglobalización sectorial. En 2022, la guerra en Ucrania impactó sobre las transformaciones y crisis geopolíticas ya en curso, aumentando así la sensación de desorden y aceleración de crisis globales, de incertidumbre geopolítica y de inestabilidad social. Como aceleradora de la confrontación entre grandes potencias, la guerra de Ucrania se lee también en clave de la creciente bipolaridad entre EEUU y China. No estamos en vías de consolidación de dos bloques estancos, pero sí en plena reconfiguración de alianzas y relaciones entre estados, que obliga al resto de actores a resituarse ante las nuevas dinámicas de competición geoestratégica.
La rivalidad se asume como el nuevo estado de relación entre las grandes potencias. Sin embargo, muchos gobiernos preferirían no tener que elegir bandos y mantener relaciones fluidas con los distintos bloques del orden internacional (es el caso de Turquía, India, Serbia y muchos estados africanos). Por esto, 2023 será también el año de los otros, el año en el que veremos con más claridad una aceleración en la competición estratégica de otras potencias (India, Turquía, Arabia Saudí, el Brasil de Lula) que aspiran a ganar protagonismo manteniendo espacios de cooperación abiertos, tanto con EEUU como con China o Rusia.
En este escenario de agitación geopolítica, uno de los dilemas que pesará sobre la UE es si estará dispuesta a ocupar el vacío que deje una posible reducción del apoyo estadounidense a Ucrania, dada la mayoría republicana en la Cámara de Representantes y cierto cansancio en la opinión pública norteamericana. Para China, la capacidad de actuar en el exterior dependerá de su capacidad para mantener la estabilidad en el interior, alterada a finales de 2022 por las protestas contra la política COVID-cero de Xi Jinping y ahora, en 2023, por el brote de COVID.
La aceleración de la competición geoestratégica ha ido de la mano de una amplificación de las vulnerabilidades inherentes a la hiperconectividad. El impacto global de la pandemia y de la guerra de Ucrania sobre la cadena de suministros y el acceso a bienes globales parece haber propiciado un retorno a la regionalización geoestratégica, incluso en la propia China, con la “era de la doble circulación” y en EEUU, con la Ley de Reducción de la Inflación. En 2023 se acelerarán los ejemplos de reglobalización o regionalización de geometría variable: la integración seguirá, especialmente en aquellos sectores donde la conectividad o la necesidad mutua es vital para el desarrollo, pero el desacoplamiento sucederá en sectores estratégicos de la confrontación geopolítica, como la tecnología, la seguridad y la defensa.
Este reset también supone un replanteamiento de las estructuras de gobernanza internacional y del entramado institucional de post-segunda guerra mundial. China acelerará su propio entramado de organizaciones y mecanismos de influencia geopolítica, como la Asociación Económica Integral Regional, la Organización de Cooperación de Shanghái o el Banco Asiático de Inversión en Infraestructuras. Washington seguirá endureciendo las restricciones sobre los intercambios tecnológicos con Beijing e incrementará las muestras de apoyo a Taiwán. Mientras, la UE seguirá reforzando su músculo económico con mecanismos como la revisión de las ayudas de estado o el Instrumento contra la Coerción, que plantea un paquete de medidas frente a amenazas comerciales de terceros países. Ante esta proliferación de instrumentos entre potencias, el FMI advierte del riesgo de “fragmentación geoeconómica”: la fragmentación del mundo en “distintos bloques económicos con distintas ideologías, sistemas políticos, estándares tecnológicos, sistemas comerciales y de pago transfronterizos, y monedas de reserva”, que aumentaría también los riesgos de desprotección y de acceso a los bienes públicos globales.
Transiciones en colisión. La transición verde y digital han entrado en colisión. La guerra en Ucrania y el impacto de las sanciones a Rusia han alterado mercados, dependencias, compromisos climáticos y los tiempos previstos para afianzar la apuesta por energías alternativas. El miedo a una falta de suministros para el invierno aumentó en 2022 la demanda del carbón. Su consumo habrá aumentado un 0,7% en 2022 y lo hará más en 2023, hasta alcanzar un nuevo máximo histórico. La construcción de nuevas infraestructuras de combustibles fósiles (en Europa y en China) y el retraso en los planes para cerrar las centrales de energía que utilizan el carbón, la reapertura de plantas ya cerradas y el aumento de los límites de sus horas de funcionamiento erosionan las ambiciones climáticas necesarias para revertir un escenario que sigue encaminado hacia un aumento de las temperaturas de 2,5ºC para 2100, según la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático. En 2023 entrará en vigor además la polémica introducción del gas y la energía nuclear como energías verdes dentro de la taxonomía de la Unión Europea.
2023 será también un año que requerirá esfuerzos más robustos frente a la incertidumbre de un futuro sin importaciones de gas ruso (que suponían el 17,2% de las importaciones de gas natural de la UE en septiembre de 2022), junto a la reactivación de la demanda china de importación de gas natural licuado. África seguirá siendo una región codiciada por múltiples actores interesados en su sector energético. El interés por países productores como Argelia, Nigeria o Tanzania irá en aumento.
Un número concreto de elementos indispensables para la revolución verde y digital podrían empezar a escasear ya en 2025. Aunque las energías renovables siguen siendo más asequibles que las energías fósiles, las tensiones del mercado por la inflación, las disrupciones en las cadenas de suministros y el incremento de precios de metales y tierras raras han llevado, durante el 2022, a un aumento del 7% del coste de construcción de granjas eólicas, a doblar el precio de los paneles solares o a un incremento del 8% en el de las baterías para el almacenamiento de la energía, y podrían seguir subiendo este año a nivel global.
Es en este capítulo, precisamente, donde se acelera la colisión entre las dos transiciones. Las nuevas tecnologías –como el 5G, el Internet de las cosas, o la inteligencia artificial– han sido presentadas como herramientas para mejorar la eficiencia energética y material, reducir el consumo energético o predecir y monitorear el clima para elaborar unas políticas más adecuadas para hacer frente a la emergencia climática. Y, sin embargo, a medida que la digitalización se acelera y se extiende, también lo hace su impacto en el medio ambiente y el cambio climático. Internet es responsable de un 3,8% de las emisiones globales de CO2 y representa un 7% del consumo global de electricidad.
Crisis de acceso y garantías a los bienes públicos. La guerra en Ucrania ha agravado las dificultades de acceso a la energía, los alimentos y al agua potable. El mundo se enfrenta a una crisis alimentaria sin precedentes y sin final aparente. Según Naciones Unidas, en 2022, hubo unos 345 millones de personas de 82 países en situación de inseguridad alimentaria aguda o de alto riesgo, unos 200 millones más que antes de la pandemia. El Programa Mundial de Alimentos advierte que 2023 podría ser aún peor. Si la crisis alimentaria de 2022 se debió principalmente a una interrupción logística por el bloqueo de las exportaciones, en 2023 el suministro de alimentos podría estar en peligro por el efecto de estas disrupciones sobre los cultivos, así como por la posibilidad de episodios climáticos extremos.
También los altos precios de la energía influirán en el retroceso de los índices globales de desarrollo. Es probable que unos 75 millones de personas que recientemente obtuvieron acceso a la electricidad pierdan la capacidad de pagarla. A nivel europeo, el invierno de 2023 será un momento de poner a prueba los límites de la solidaridad entre los países de la UE, en particular respecto a las compras conjuntas de gas hasta la revisión a largo plazo del mercado europeo de la electricidad a favor de las energías renovables, incluyendo la reducción voluntaria del 10% del consumo bruto de la electricidad. En el ámbito de la salud, por ejemplo, el gobierno de Estados Unidos ha admitido que, a inicios del 2023, se quedará sin fondos para comprar y distribuir vacunas y tratamientos contra la COVID-19, por lo que dejaran de estar subvencionadas por la administración. Esto implica que la lucha contra la pandemia pasará a manos del sector privado en un país donde el 41% de los adultos afirma tener problemas para pagar las facturas médicas y debe endeudarse.
Inestabilidad y descontento social. El FMI prevé un crecimiento económico mundial del 2,7% en 2023 (un 0,5% menos que en 2022), la cifra más baja des del 2001, con excepción de 2020 por el impacto de la pandemia. El BCE alerta de que la eurozona podría entrar en una leve recesión técnica o de estancamiento. En algunas regiones del planeta, el riesgo económico, monetario y social dibujará un 2023 altamente inflamable.
En Oriente Medio y el Mediterráneo oriental, la inflación ha llegado a máximos históricos, con Líbano, Turquía e Irán registrando unos incrementos de precios del 162%, el 85% y el 41%, respectivamente. Siria y Yemen también han visto aumentar el precio de la cesta básica alrededor del 97% y el 81% respectivamente. En Turquía, con elecciones presidenciales previstas para junio de 2023, Recep Tayyip Erdogan se encuentra en el punto de mira por unas políticas que han perjudicado la lira turca, fomentando una crisis monetaria en el país. En Argentina, las previsiones para 2023 apuntan a una subida de precios del 95,9% (frente al 60% proyectado por el Gobierno en el presupuesto nacional). La elevada deuda pública pesa como una losa sobre la economía argentina y será un tema clave en las próximas elecciones presidenciales.
El riesgo de que una crisis de deuda se amplíe en las economías emergentes durante 2023 está aumentando. Según The Economist, 53 países emergentes están al borde de no poder hacer frente a los pagos de su deuda debido al aumento de precios y a la desaceleración de la economía mundial. Algunos de los países que en 2023 presentarán una situación más delicada son Pakistán, Egipto o Líbano, que difícilmente podrán hacer frente a los pagos de su deuda. Esta situación económica global repercutirá en un aumento de las protestas sociales y el descontentamiento de las poblaciones en múltiples lugares. En América Latina los altos precios de los combustibles han generado protestas en Perú, Ecuador y Panamá a lo largo de 2022, así como en Argentina. Un malestar social que impactará de lleno en el camino a las urnas para Ecuador y Argentina, que tienen elecciones previstas, respectivamente, para febrero y octubre de 2023.
En Europa, el invierno del descontento en Europa podría intensificarse en 2023, cuando las consecuencias de la crisis energética sean más visibles. La encuesta de eupinions revela que un 49% de la población de la UE señala el aumento del coste de vida como su principal preocupación. Oriente Medio y norte de África podrían ser el epicentro de una nueva ola de protestas masivas tras el fin de los progresos democráticos, iniciados hace una década, y la vuelta de Túnez al autoritarismo. En Irán, la capacidad de resiliencia de los jóvenes que se movilizaron contra la muerte de la joven kurda Mahsa Amini mantendrá viva la protesta en 2023, con la posibilidad de una mayor movilización si otros agravios confluyen. Otros escenarios de protesta pueden ser el Reino Unido (con el llamamiento de Extinction Rebellion a rodear el parlamento británico a principios de abril de 2023), Estados Unidos (con la movilización por los derechos sexuales y reproductivos tras la anulación el pasado junio de la sentencia «Roe contra Wade») o Tailandia (con elecciones en 2023, en las que el primer ministro Prayuth Chan-o-cha busca la reelección después de llegar al poder con un golpe de estado en 2014 y haber cumplido el límite de ocho años en el poder).
Brasil, primer foco de protesta y desestabilización de 2023. 2023 ha empezado con el asalto a las sedes del Congreso, de la Presidencia y del Tribunal Supremo, en Brasilia, por parte de miles de seguidores radicales del ultraderechista expresidente brasileño Jair Bolsonaro, que exigían una intervención militar para apartar del poder a Lula da Silva, al que no reconocen como ganador de las elecciones del pasado octubre. La policía recuperó el control del Tribunal Supremo, del Congreso y del Palacio de Planalto, sede de la presidencia, aunque no se descartan futuras protestas. Lula ordenó la intervención federal para asumir el control de la seguridad publica en Brasilia y el resto del Distrito Federal hasta el 31 de enero con el objetivo de restaurar el orden público. Las fuerzas armadas del país, que mostraron con anterioridad su cercanía con Bolsonaro, no se sumaron al intento de golpe. A pesar del fracaso, el Bolsonarismo sigue bien anclado como factor de oposición a Lula. Los 58 millones de votos a Bolsonaro en la segunda vuelta son una señal de los factores de fondo de la polarización política, con un alto grado de apoyo al “anti-lulismo” entre las clases medias.
La violencia del domingo 8 de enero es la consecuencia de años de distorsión de los hechos y de incitación al odio y a la violencia por parte de Bolsonaro y sus seguidores. Los paralelismos con el asalto al Capitolio de Estados Unidos del 6 de enero de 2022 son claros: un movimiento que dice representar la “verdadera voz del pueblo” y encumbra a un líder de extrema derecha como personificación última de esta voluntad; un intento de concentración del poder en torno a esta figura, con el nombramiento durante la presidencia de Bolsonaro de jueces y militares afines y el control de los medios de comunicación; la creencia en la “gran mentira” de la manipulación de las elecciones y la falsedad de su resultado; el asalto a las instituciones que representan el centro del poder democrático; e incluso el fracaso del intento de golpe con una capacidad de resiliencia destacable de estas instituciones. Bolsonaro y Trump, líderes que siembran la semilla de la duda sobre las instituciones y los procesos democráticos de Brasil y EEUU, y que permiten que la opinión pública polarizada y una minoría radicalizada hagan el resto.
Pol Morillas
14 de enero de 2023
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