Catalunya se halla en un momento determinante para definir su futuro económico. Un futuro que dependerá de su discurso político, de su acción pública y, no menos importante, de la actitud de sus empresarios.
El empresariado catalán lideró la industrialización española, se desarrolló sólidamente en el marco de una España cerrada al exterior, y supo aprovechar su incorporación a la CEE en 1986.
Una entrada en Europa que le sirvió para consolidar un amplio grupo de empresas familiares. Sin embargo, parece desorientado ante la globalización económica.
Desde hace una década, se han oído voces preocupadas por el futuro económico de Catalunya. Se hablaba de una sociedad acomodada, donde se vivía cada vez mejor, pero donde se iba perdiendo el pulso y el liderazgo económico. Durante años, esta visión ha convivido con su opuesta. Una visión optimista fundamentada en la favorable evolución del PIB por habitante, o el crecimiento sostenido de la capacidad exportadora. Unos argumentos a los que se ha añadido el de la inversión pública vinculada al nuevo Estatut.