Cuando, en 2007, estalló en Estados Unidos la crisis de las hipotecas subprime, se inició una etapa de profundas turbulencias en los mercados financieros. Dichas turbulencias, centradas inicialmente en los países occidentales, han acabado por afectar, con mayor o menor incidencia, al conjunto de la economía global, sin que, en el momento de redactar esta Opinión de Actualidad, podamos vislumbrar en qué momento se producirá una estabilización.
La primera e inmediata consecuencia de esta coyuntura -que en un primer momento parecía que podría tener un carácter pasajero que permitiría mantenerla aislada de posibles impactos sobre los fundamentos de la economía real- ha sido la extraordinaria pérdida de credibilidad de todo el sistema financiero internacional.
Hecho que se ha evidenciado en las importantes dificultades que están afrontando muchas entidades norteamericanas y europeas, con independencia de su tamaño, que han obligado a una política – necesaria- de fuertes intervenciones por parte de algunos gobiernos y bancos centrales.