Ante la necesidad de enviar un mensaje urgente a la comunidad económica internacional, el anunciado Proyecto de reforma laboral parece orientado a encontrar un punto de equilibrio entre las posiciones a corto plazo de los agentes sociales. Quizás por ello no incorpora algunos de los elementos indispensables para conseguir el gran objetivo de la reforma: favorecer el camino hacia una economía más eficiente y flexible.
Desde un punto de vista económico, la reforma laboral resultaría decepcionante si no se mostrara capaz de generar cambios sustanciales en nuestro marco de relaciones industriales.
Desde una perspectiva política, una reforma que naciera debilitada -más allá de la preocupante pérdida de credibilidad que supondría para el Gobierno en los momentos en que más necesario se hace su liderazgo- afectaría seriamente a la ya escasa confianza de la ciudadanía en sus representantes políticos y en las cúpulas empresariales y sindicales.