L’Opinió del Cercle | Europa, wake-up call? Cómo responder en un momento de disrupción geopolítica

Europa, wake-up call?

Cómo responder en un momento de disrupción geopolítica

pdf, 4 MB

Descàrrega

De forma deliberada o por incapacidad manifiesta, Europa ha construido su proyecto colectivo durante las últimas décadas sobre unas dependencias con las que ha convivido muy cómodamente: la apuesta por el gas y el petróleo ruso, que aseguraba energía barata a la industria, sobre todo la alemana; la importación masiva de tecnología –sobre todo digital– de los EE. UU. y de China, que garantizaba a los consumidores y a las empresas acceso a unas ventajas que de otra forma no habrían tenido; la globalización creciente de la economía, de la que Europa se ha beneficiado especialmente en la medida que es un exportador neto de bienes y servicios y finalmente la continuidad del paraguas protector americano en el ámbito de la defensa, que permitía ignorar amenazas externas y a la vez beneficiarse del dividendo de la paz después de la caída del muro de Berlín, configuran cuatro vectores estratégicos en los que se ha basado el desarrollo económico y geopolítico de Europa desde –al menos– mediados de los años noventa.

Pero hoy el mundo ha cambiado y esas dependencias, de las que Europa ha sacado tanto provecho, se han convertido en vulnerabilidades. Llevamos unos años viviendo en un mundo más hostil, y la llegada de Trump al poder no hace sino reforzar esa tendencia.

De repente, hemos tenido que entender que no queremos ni podemos depender de la energía de un estado agresor que inicia una guerra en suelo europeo; que necesitamos urgentemente reducir el gap tecnológico que hemos acumulado, porque nos va en ello la capacidad de tener una economía dinámica y, con ella, la posibilidad de seguir financiando el estado de bienestar tan generoso del que nos hemos dotado; que la política arancelaria de Trump puede generar una guerra comercial que acabe con el sistema de comercio internacional vigente; y que es hora de desarrollar una política y una industria de defensa propias, porque el amigo americano lleva tiempo –desde Obama– advirtiéndonos de que sus prioridades geopolíticas están en Asia, y la administración Trump está decidida a ejecutar esa advertencia, y a hacerlo usando un tono mucho menos amable que el de sus predecesores.

Todo ello es un toque de alerta, o mejor, de alarma, muy serio para Europa y la obliga, de repente, a mirarse al espejo. Europa debe decidir qué quiere ser, como pretende superar esas vulnerabilidades y, en el fondo, qué papel quiere tener en la convulsa geopolítica de este primer cuarto del siglo XXI. ¿Quiere ser un actor relevante y respetado, capaz de defender sus intereses, o prefiere ser un actor de segunda fila que no se sienta en la mesa de las grandes potencias mundiales?

La respuesta a esta pregunta retórica tendría que ser obvia, pero desgraciadamente no lo es. Si Europa quiere jugar en la primera división mundial, debe entender –como dice Mario Draghi– que nunca la escala de sus Estados miembros había sido tan pequeña e inadecuada en relación con la dimensión de los retos que tenemos planteados, que algunos de los rasgos definitorios del proyecto europeo –su propia conservación– están en juego, y que, por lo tanto, la única solución posible es profundizar en el proceso de integración, aunque quizás sobre base un poco diferentes. Pero, a la vez, son muchos los obstáculos que hay que superar y la posibilidad de caer en la irrelevancia –y no poder dar una respuesta adecuada a los retos y a las oportunidades que tenemos por delante– no es un escenario descartable.

Son muchas las preguntas que Europa tiene que contestarse a sí misma y son muchas las elecciones que tendrá que hacer. Porque, aunque a menudo desde la política se quiera hacer la vista gorda, escoger supone renunciar. Todo tiene un coste de oportunidad, ya sea en términos económicos, de soberanía, de seguridad o de preservación del medio ambiente, por mencionar algunos de los trade-offs que tiene que confrontar Europa en los próximos años.

¿Cómo conseguir la soberanía tecnológica superando las barreras internas que subsisten y sin cuestionar el sistema multilateral de comercio internacional? ¿Cómo compatibilizar la transición hacia una economía verde y mantener la ambición climática que supone el Green Deal con el refuerzo del tejido industrial? ¿Cómo construir una defensa colectiva cuando eso supone ceder uno de los elementos de soberanía más definitorios de los Estados miembros? Y ¿cómo financiar todas esas políticas –ya sea en el ámbito nacional o comunitario– preservando al mismo tiempo los imprescindibles equilibrios presupuestarios?

Este ejercicio tiene lugar, además, en un contexto interno de gran fragmentación y polarización política y social, lo que dificulta que haya un debate sensato y hace difícil la toma de decisiones.

En el ámbito exterior, el escenario no es menos complejo. La disrupción que suponen las políticas de la administración Trump en el sistema de relaciones internacionales vigente desde la segunda mitad del siglo pasado obliga a Europa a replantearse su esquema de alianzas, empezando, en primer lugar, por su propia relación con los EE. UU., tanto en el ámbito político, como económico y militar.

El momento es grave, y es urgente que Europa reaccione. Urgencia, sí, porque es mucho lo que está en juego y Europa lleva retraso en muchas cuestiones, pero también confianza. Confianza, ya que Europa ha demostrado en el pasado una capacidad notable para hacer frente a escenarios complicados. La creación del mercado único a finales de los ochenta o la creación del euro a finales de los noventa no son logros menores. Y, más recientemente, la gestión del Brexit o de la crisis de la Covid muestran la capacidad de la UE de mantenerse unida y de poner en marcha nuevos mecanismos colectivos de gestión ante sacudidas externas importantes.

Confianza también porque Europa cuenta con activos muy importantes sobre los que apoyarse. Cuenta con un capital humano de primer nivel, con uno de los tejidos sociales más igualitarios del mundo y con un nivel de riqueza y bienestar que hace que su mercado interno, que sigue siendo una parte muy relevante del PIB mundial, sea objeto del deseo de todos los grandes actores internacionales. Y el entorno disruptivo que nos rodea representa, paradójicamente, una oportunidad para que Europa se erija en un polo de estabilidad y de atracción de capital humano y financiero.

Europa se apoya además en unos valores –la defensa de la dignidad humana, la democracia, el Estado de derecho y la solidaridad– que han conformado el proyecto de integración europea, y que hay que defender ahora más que nunca. Su vigencia tiene que ser el elemento principal para cohesionar el proyecto europeo. Desde su fundación, el Cercle d’Economia, como actor clave de la sociedad civil catalana y española, está plenamente comprometido con ellos. Nuestro horizonte ha sido y sigue siendo avanzar en la construcción europea. La idea germinal de los arquitectos del europeísmo era que, a través del libre movimiento de personas, mercancías, servicios y capitales, se iría forjando una solidaridad compartida y fundamentando una unión política. El principio básico de la Unión Europea, tal como recogen los tratados, debe seguir siendo el respeto a la dignidad humana en el marco de una democracia liberal y de una economía de mercado.

Esos principios, que hace unos años nos parecían tan naturales como el aire que respiramos, hoy están cuestionados dentro y fuera de la Unión. En un mundo más multipolar surgen concepciones diferenciadas de los valores y principios que rigen las sociedades, y nos alejan de recetas homogeneizadoras. A su vez, el crecimiento del nacionalpopulismo euroescéptico pone en peligro los adelantos conseguidos en la integración europea de las últimas décadas. Es así como Europa se ve forzada a actualizar su proyecto sobre la base de tres puntales –el progreso económico, la cohesión social y la libertad individual– y cuatro mecanismos óptimos para poderlo implementar –el mercado único, el estado de bienestar, la democracia, y ahora también la seguridad y la defensa.