El mundo en 2025: egopolítica y treguas sin paz
El Cercle d’Economia, junto con CIDOB, ofrece cada mes un análisis breve de la situación geopolítica global.
Las claves geopolíticas de este mes son un resumen del documento colectivo de CIDOB "El mundo en 2025: diez temas que marcarán la agenda internacional", coordinado por Carme Colomina, disponible aquí: https://www.cidob.org/publicaciones/el-mundo-en-2025-diez-temas-que-marcaran-la-agenda-internacionalEl Cercle d’Economia, junto con CIDOB, ofrece cada mes un análisis breve de la situación geopolítica global.Las claves geopolíticas de este mes son un resumen del documento colectivo de CIDOB "El mundo en 2025: diez temas que marcarán la agenda internacional", coordinado por Carme Colomina, disponible aquí: https://www.cidob.org/publicaciones/el-mundo-en-2025-diez-temas-que-marcaran-la-agenda-internacional
2025 será un año de resaca poselectoral. El mundo ya ha votado, y lo ha hecho, en muchos casos, desde el enojo, el malestar o el miedo. Más de 1.600 millones de personas pasaron por las urnas en 2024 y, en general, lo hicieron para castigar a los partidos en el poder. El ciclón electoral de 2024 ha dejado la democracia un poco más magullada, porque los países que experimentan descensos netos en el desempeño democrático superan con creces a los que logran avanzar. Según el informe The Global State of Democracy 2024, cuatro de cada nueve estados están en peor situación democrática que antes y aproximadamente solo uno de cada cuatro ha mejorado en su calidad.
2025 es el año del regreso de Donald Trump a la Casa Blanca y de una nueva andadura institucional en la Unión Europea (UE) cimentada en unos apoyos parlamentarios históricamente débiles. La volatilidad democrática de Occidente colisiona con la hiperactividad geopolítica del Sur Global y la virulencia de los focos de conflicto bélico. Por eso, 2025 arranca con muchas más preguntas que respuestas. Con los resultados electorales en la mano, ahora toca ver qué políticas nos esperan; qué impacto tendrán las nuevas agendas ganadoras; ¿hasta dónde llegará la imprevisibilidad de Trump 2.0? Y, sobre todo, ¿estamos ante un Trump factor de cambio o ante aspavientos y fuegos de artificio político?
Egopolítica e individualismo. 2025 es el año de la gesticulación y los personalismos. No solo veremos la emergencia de nuevos liderazgos, sino también de nuevos actores políticos. La irrupción del magnate Elon Musk en la campaña y el nuevo Gobierno de Donald Trump personifica este cambio en el ejercicio del poder. El hombre más rico del mundo, con el megáfono más potente de la sociedad digitalizada, entra en la Casa Blanca para ejercer de mano derecha del presidente. Musk es un poder global, detentor de una agenda política y unos intereses privados, que muchos gobiernos democráticos no saben cómo gestionar. La pasada legislatura –de 2020 a 2024– se caracterizó por el llamado «negacionismo electoral»: el resultado de una de cada cinco elecciones fue cuestionado por alguno de los candidatos o partidos perdedores. En 2025 este negacionismo ha llegado al despacho oval. El mito del triunfador narcisista ha salido reforzado por las urnas. Es la victoria del ego por encima del carisma. Algunos la llaman la «egopolítica».
Cada vez más, abundan las voces que desafían el statu quo de unas democracias en crisis. La antipolítica se consolida ante unos partidos tradicionales cada vez más alejados de sus votantes históricos. El propio Trump se considera el líder de un «movimiento» (Make America Great Again o MAGA) que trasciende la realidad del Partido Republicano. Estas nuevas figuras antisistema han ido ganando espacios, aliados y referentes. Desde el fenómeno comunicacional e iliberal del presidente argentino, Javier Milei –que en octubre tendrá su primera gran reválida con la celebración de elecciones parlamentarias–, a Calin Georgescu, el candidato ultraderechista a la presidencia de Rumanía que se hizo un hueco contra todo pronóstico, sin el apoyo de un partido detrás, y gracias a una campaña antisistema dirigida a los jóvenes a través de TikTok.
Todo ello incide también sobre una Europa con liderazgos débiles y parlamentos fragmentados; con la locomotora francoalemana de la integración europea más frágil que nunca. Precisamente el hiperpresidencialismo de Emmanuel Macron, quién también abrazó la idea del movimiento En Marcha para desmantelar el sistema de partidos tradicionales de la V República, tendrá que navegar este 2025 convertido en un pato cojo, sin la posibilidad de volver a convocar elecciones legislativas hasta junio. Alemania, por su parte, pasará por las urnas en febrero con su modelo económico gripado, un malestar social rampante, y con dudas sobre las garantías de claridad y fortaleza política que puedan arrojar unas elecciones que tienen a los ultras de Alternativa por Alemania (AfD) como segunda fuerza en intención de voto en los sondeos.
El año arranca, asimismo, con un individualismo reforzado. Estamos ante un mundo más emocional y menos institucional. Si el miedo o la rabia se han convertido en el estímulo movilizador que determina el voto, esta creciente sensación de desesperanza es preocupantemente alta entre los jóvenes.
Treguas sin paz. La convulsión geopolítica global cierra el año con el colapso inesperado del régimen sirio de Bashar al-Assad. Pero, también, con el encuentro a tres bandas entre Donald Trump, Volodimir Zelenski y Emmanuel Macron en París, en el marco de la reapertura de Notre Dame. Los compases diplomáticos y la aceleración bélica colisionan en las agendas políticas internacionales. Y Rusia, convertida en el hilo conductor que hilvana los últimos acontecimientos en Siria y Ucrania, se encarga de mandar el recordatorio de que cualquier movimiento diplomático deberá pasar también por Moscú. En este contexto, en 2025 se hablará de alto el fuego, pero no de paz.
Los anuncios electorales de un Trump decidido a acabar con la guerra en Ucrania «en 24 horas» llevaron, de entrada, a una intensificación bélica sobre el terreno con varias acciones: la aparición en escena de soldados norcoreanos de apoyo a las tropas rusas; la autorización a Ucrania para utilizar misiles ATACMS estadounidenses para atacar territorio ruso; y el cierre temporal de algunas embajadas occidentales en Kíev por motivos de seguridad. Las especulaciones sobre una posible negociación han aumentado el riesgo de una escalada táctica para reforzar posiciones antes de empezar a hablar de treguas y concesiones.
Si bien, en 2025, la ofensiva diplomática ganará terreno, está por ver cuál es el plan, quién se sentará a la mesa, y que disposición real de llegar a un acuerdo tendrán las partes. Ucrania se debate entre la fatiga de la guerra y la necesidad de unos apoyos militares y garantías de seguridad que la administración Trump puede dejar en suspenso. Aunque, ante el escenario de la imprevisibilidad trumpista, tampoco hay que excluir las eventuales consecuencias que podría tener para Vladimir Putin el hecho de no aceptar una negociación propuesta por la nueva administración estadounidense. Trump está decidido a dejar huella desde el minuto uno de su presidencia, y eso también podría significar, en un momento de enfado, mantener la apuesta militar por reforzar al ejército ucraniano. Se trata, también, de una batalla esencial para Europa, que deberá luchar para no verse excluida de una negociación sobre el futuro inmediato de un Estado llamado a ser miembro de la UE y en el cual se decide, en estos momentos, la seguridad del continente.
En cualquier caso, Oriente Medio ha demostrado ya la fragilidad y el crédito limitado de esta estrategia de cese de hostilidades sin capacidad ni consensos suficientes para buscar soluciones duraderas. La tregua acordada en la guerra que Israel libra contra Hezbolá en Líbano tiene más de descanso bélico que de primer paso hacia la resolución del conflicto. Los bombardeos y ataques aéreos posteriores al alto el fuego indican la fragilidad, cuando no vacuidad, de un plan en el que las partes no creen. Entretanto, la guerra en Gaza, donde ya se cuentan más de 44.000 muertos, ha entrado en su segundo año de devastación, convertida en el telón de fondo de esta lucha por la recomposición de la influencia regional, pero con un Donald Trump decidido a impulsar un acuerdo de alto el fuego y liberación de rehenes incluso antes de tomar posesión del cargo el 20 de enero.
2025 arranca con un cambio de objetivos en la región, pero sin pacificación. Mientras el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, dejaba claro que su prioridad ahora era centrarse en Irán, la escalada regional aceleraba inesperadamente el final del régimen de Bashar al-Assad. Con una Rusia desgastada en Ucrania, con Irán en plena debilidad económica y estratégica, y Hezbolá diezmada por los ataques de Israel, el presidente sirio se quedó sin los apoyos exteriores que habían sostenido una dictadura carcomida. La guerra civil enquistada desde las revueltas árabes de 2011 entra en un nuevo escenario, que cambia también el equilibrio de poderes en Oriente Medio. Entramos en unos meses de recomposición geopolítica profunda porque Siria lleva años convertida en un campo de batalla indirecto para las relaciones de Estados Unidos con Rusia, Irán y Arabia Saudí.
Nos encontramos, por tanto, ante unos escenarios completamente abiertos, donde cualquier propuesta de negociación que se plantee tendrá más de movimiento estratégico que de paso previo para abordar las causas fundamentales de los conflictos. Y, sin embargo, estos movimientos diplomáticos –que responden, sobre todo, a iniciativas individuales y personalistas– pondrán a prueba, una vez más, un sistema internacional lastrado por la ineficacia a la hora de lograr amplios consensos globales o de servir como plataformas para resolver disputas.
Proteccionismo y austeridad. El retorno de Donald Trump a la presidencia intensifica este desafío al orden global. Si en su primer mandato ya decidió retirar a Estados Unidos de la Organización Mundial de la Salud (OMS) y del Acuerdo climático de París, ahora le precede el anuncio de una guerra comercial en ciernes. La fragmentación geoeconómica ya existente –en 2023 se impusieron cerca de 3.000 medidas de restricción del comercio, casi el triple que en 2019, según el FMI– tendrá que lidiar ahora con una aceleración de la espiral proteccionista si la nueva administración estadounidense cumple su promesa de elevar los aranceles hasta el 60% sobre los productos chinos; hasta un 25% para Canadá y México si no toman medidas drásticas contra el fentanilo o la llegada de migrantes a la frontera estadounidense; y entre el 10% a 20% para el resto de su aliados. En 2025 la Organización Mundial del Comercio (OMC) cumple 30 años desde su creación y lo hace con una amenaza de guerra comercial en el horizonte que refleja el estado de crisis institucional que bloquea al árbitro del comercio internacional. Por todo ello, los países buscan fortalecer sus posiciones a través de una pluralidad de alianzas. El mundo es cada vez más plurilateral.
Ante tanta incertidumbre, vuelven también las recetas de disciplina fiscal. También la UE se prepara para afrontar el proteccionismo estadounidense desde la consciencia de su propia debilidad, con el eje francoalemán averiado y su modelo económico cuestionado. París y Berlín se encuentran en un momento de introspección, y los cantos de sirena de la austeridad vuelven a recorrer algunas capitales comunitarias. En Francia, la división parlamentaria dificulta el acuerdo para evitar una eventual crisis de deuda, mientras que en Alemania será el próximo Gobierno, aquel que salga elegido de las elecciones anticipadas del 23 de febrero, quién deba abordar el estancamiento y la falta de competitividad de su economía.
Aunque en 2025 la inflación pierde protagonismo, todavía están por ver los efectos de lo que Trump llama «Maganomics». En Estados Unidos, la implantación de aranceles y la potencial merma de la fuerza laboral como consecuencia de «deportaciones masivas», unido a las rebajas de impuestos, podrían incrementar la inflación en el país y limitar la capacidad de la Reserva Federal de seguir bajando los tipos de interés. En este contexto, es de esperar un incremento de la inseguridad económica y una aceleración de la fragmentación de la economía global, donde ya es observable el mayor acercamiento entre países afines. Algunos estados clave en la reglobalización, como Vietnam o México, que hasta ahora habían actuado como intermediarios atrayendo importaciones e inversión chinas y aumentando sus exportaciones a Estados Unidos, verán comprometido su modelo ante la presión de la nueva administración estadounidense. Por otra parte, la bajada de los tipos de interés a nivel global permitirá a algunos países de bajos ingresos volver a acceder a los mercados financieros, si bien alrededor de un 15% de ellos se encuentran en situación crítica por sobreendeudamiento y otro 40% corre un gran riesgo de seguir el mismo camino.
Desmantelamiento institucional global. Se acelera eldesacomplejamiento de este mundo sin normas. La erosión de los compromisos y de los marcos de seguridad internacionales, así como el aumento de la impunidad, se han convertido en una constante en este ejercicio anual de CIDOB. Incluso, en 2025 la crisis de la cooperación multilateral puede llegar a su punto más álgido si el personalismo toma la delantera y daña, todavía más, los espacios consensuados de resolución de conflictos, esto es, desde Naciones Unidas, a la Corte Penal Internacional (CPI) o la OMC. Estamos en un mundo ya de por sí menos cooperativo y más defensivo, pero ahora el debate sobre la financiación de esta arquitectura institucional post-1945 puede contribuir a redoblar la debilidad estructural del multilateralismo. Estados Unidos tiene actualmente una deuda con Naciones Unidas de 995 millones de dólares del presupuesto ordinario y otros 862 millones para operaciones de mantenimiento de la paz; el retorno de Trump podría comportar una pérdida aún mayor de financiamiento para la organización, lo que impediría su funcionamiento óptimo.
Está por ver si, a pesar de la rivalidad geopolítica, hay áreas dónde el acuerdo entre potencias es aún posible. Seguimos en un mundo marcado por la desigualdad, acrecentada por las cicatrices de la pandemia. Así, desde 2020, la distancia entre los países más y menos desarrollados aumenta de manera estable. En 2023, el 51% de los países con un índice de desarrollo humano (IDH) más bajo no habían recuperado el nivel previo a la COVID-19, versus el 100% de aquellos con un IDH elevado. En este contexto, será crucial observar los resultados de la IV Conferencia Internacional sobre la Financiación para el Desarrollo, que tendrá lugar en Sevilla en 2025.
Los niveles de conflictividad global se han duplicado desde 2020, con un aumento del 22% tan solo en el último año. El espacio para la paz disminuye: en 2025, la UE finalizará diferentes misiones de capacitación o construcción de paz en Malí, la República Centroafricana o Kosovo, mientras que el número de misiones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas también se reducirá en África. Asimismo, de no prorrogarse, el 31 de agosto terminará el mandato extendido de la Fuerza Interina de las Naciones Unidas para Líbano (UNIFIL), integrada por unos 10.000 cascos azules de 50 países distintos desplegados en el sur del país y que fueron objeto de ataques israelíes durante la incursión contra Hezbolá. Todos estos movimientos reflejan tanto los cambios más amplios que se están produciendo en el sistema de seguridad internacional como la crisis de legitimidad que sufren las operaciones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas. ¿Qué países sabrán navegar mejor en este desmantelamiento gradual del orden global? En 2025 seguiremos con un Sur Global geopolíticamente muy movilizado, y en pleno refuerzo de una institucionalización alternativa, que se amplía y gana voz y presencia global, aunque sin un consenso sobre un nuevo orden reformado o revisionista.
Bonus track: ¿Trump el pacificador? Fuera de los temas del año recogidos en el informe de CIDOB, pero como señal de lo que puede ser la presidencia Trump en política internacional a partir de la toma de posesión el 20 de enero, el presidente electo ya se ha visto inmerso en el primer conflicto diplomático con aliados tradicionales. Trump tenía que ser el pacificador de las guerras en curso, desde Ucrania a Oriente Medio. Pero ahora admite que la guerra de Ucrania ya no se podrá solucionar en "24 horas", como declaró en campaña, y no descarta el uso de la fuerza para tomar el control de territorios como Groenlandia o el canal de Panamá en caso de interés nacional. Groenlandia es parte de Dinamarca, y varios países europeos recordaron a Trump, como lo han hecho en la guerra de Ucrania, que el uso de la fuerza para anexionarse territorio de países terceros no está permitido por la carta de Naciones Unidas.
Existe, en el Tratado de la UE, una cláusula de defensa mutua, el artículo 42.7, que prevé la asistencia entre los estados miembros en caso de ataque a uno de ellos. Nunca ha sido puesto en práctica. Porque, pese a su existencia, todos los estados miembros saben que la verdadera defensa colectiva reside en la OTAN. Pues resulta que Dinamarca es miembro de ambas organizaciones. Y si el 42.7 de la UE siempre fue concebido como mecanismo de reacción frente a un ataque enemigo (no de un aliado), la cláusula de defensa colectiva de la OTAN (recogida en el artículo 5 de la Carta), no se podría utilizar en caso de conflicto armado entre aliados. He aquí lo inaudito de la amenaza de Trump, la falta de mecanismos de respuesta en caso de materializarse, y lo rocambolesco de la situación a pocos días de la inauguración de la nueva presidencia.