El Cercle d’Economia, junto con CIDOB, ofrece cada mes un análisis breve de la situación geopolítica global.
Trump 2.0, sin checks and balances. ¿Por qué ganó Trump, a diferencia de lo que decían las encuestas? La amplia victoria en voto popular de Trump indica, sobre todo, que los demócratas sufrieron una amplia desmovilización, desde los 81 millones cosechados por Biden en 2020 a los 69 millones de Harris. Trump, además de consolidar su voto de base (en su mayoría hombres blancos de clase media con bajo nivel de estudios), mejoró en el apoyo de mujeres, jóvenes (+6 puntos respecto 2020) y minorías (especialmente latinos, +14 puntos respecto 2020; pero también negros, +8 puntos, con una subida de +24 puntos en hombres). La victoria en todos los estados bisagra, mayor de la esperada, hizo el resto para la amplia mayoría cosechada en el Colegio Electoral.
Es llamativo que Harris no consiguiera mejorar los resultados de Biden en ningún lugar significativo. Más del 90% de las circunscripciones viraron hacia Trump respecto a las últimas presidenciales. En los temas principales en campaña, inflación e inmigración, Harris no pudo distanciarse suficientemente de la acción de gobierno de la administración Biden ni plantear una alternativa convincente a Trump. La pérdida de votos entre votantes tradicionales demócratas responde también, en el caso de las minorías, a su posición ambivalente respecto a Oriente Medio durante la campaña. El soplo de aire fresco que Harris representaba no llegó al día de las elecciones.
Pero lo más destacable del resultado de las elecciones americanas probablemente sea la falta de contrapesos que tendrá Trump durante los próximos cuatro años en la Casa Blanca. El control de la administración (repleta de personas leales al hombre, no sólo al proyecto), del Senado, del Tribunal Supremo y probablemente de la Cámara de Representantes harán de la segunda presidencia Trump un ciclo político muy distinto al de 2016-2020. En el plano político, los contrapesos a los postulados de la agenda MAGA serán mínimos, desaparecidas las voces del partido republicano tradicional y con los demócratas en fase de introspección. Trump puede ahora distanciarse o abrazar completamente las propuestas del Proyecto 2025, porque desdecirse de lo dicho en raras ocasiones le pasa factura. Algunas de sus propuestas estrella, la deportación masiva de migrantes o la subida generalizada de aranceles, pueden suponer que el mayor contrapeso a su agenda de gobierno provenga de los efectos no deseados de estas políticas en la economía. Se estima que la deportación masiva de inmigrantes puede suponer un retroceso de hasta 0,4 puntos en el PIB nacional.
La política exterior de la nueva administración. Son tres los pilares de la interacción trumpista con el mundo: America First (and Only), transaccionalismo y diplomacia personalista. Sólo los intereses americanos importan, y esto irá en detrimento de las agendas multilaterales y de la consecución de bienes públicos globales, ya sean relativos al cambio climático, la regulación tecnológica, la reforma del sistema multilateral o el comercio internacional. El transaccionalismo responde a la visión de Trump de la política internacional como una relación comercial y bajo una lógica empresarial: hay que maximizar las ganancias y debilitar a la competencia. Las barreras arancelarias serán la herramienta preferida de política exterior y la acción multilateral se reducirá a mínimos, bajo una concepción de la política internacional como un juego de suma cero donde priman las relaciones bilaterales.
Finalmente, las negociaciones se harán preferiblemente con líderes que, por su personalidad, carisma o fortaleza, Trump considere dignos de trato. Aquellos que, aunque partiendo de posiciones distintas, sepan hacer valer sus intereses y muestren una posición de fuerza, por lo menos tendrán audiencia en la Casa Blanca. Muchos líderes europeos verán que quizá sea mejor táctica la asertividad que la alabanza. Que la UE en su conjunto sea capaz de articular este interés compartido frente a unos Estados Unidos que se alejan de los consensos transatlánticos tradicionales es menos probable, no sólo por el efecto Trump, sino por la división interna en el continente.
Perspectivas para Ucrania, Oriente Medio y China. Trump basa su política de seguridad en la consecución de la paz a través de la fortaleza. La defensa de América y su posición en el mundo no deben ir de la mano de un mayor intervencionismo, sino de liberarse de la condición de policía del mundo y desligarse de los escenarios de conflicto que le impiden focalizarse en sus intereses estratégicos -el auge de China. Esto requiere acabar con “distracciones” como las guerras de Ucrania o de Oriente Medio, por supuesto sin consideraciones relativas a la justicia para las partes en conflicto o sus ciudadanos. La política transaccional, en Ucrania, significará un ejercicio de presión doble a Rusia y Ucrania para entablar conversaciones lo antes posible, probablemente en la dirección de unos acuerdos de Minsk 3.0. Trump amenazará a Putin con debilitar su economía de guerra haciendo bajar el precio de los combustibles fósiles (aumento de la producción propia en Estados Unidos y acuerdos con Arabia Saudí), y a Ucrania retirándole la ayuda militar, consciente de que difícilmente Europa podrá compensarla. Ambos actores se verán forzados a negociar una fórmula de "paz por territorios" que puede sembrar la semilla de una futura desestabilización de Ucrania o aventura bélica de Rusia, pero que permitirá a Trump apuntarse un éxito diplomático en el corto plazo. Queda por saber la posición que adoptará Trump respecto a las garantías de seguridad para una futura Ucrania dividida, dada su ambivalencia respecto a la OTAN como garante de la seguridad en Europa.
En Oriente Medio, Netanyahu lo apostaba todo a la victoria de Trump, consciente de que los términos de unas negociaciones pasarán por alto las reivindicaciones de los palestinos, partirán de los hechos consumados y de la incapacidad de la comunidad internacional de actuar como contrapeso. Por el lado ideológico, no hay duda de que Trump secunda la visión ultranacionalista del gobierno de Netanyahu. Pero por el lado pragmático, a Trump puede no interesarle una escalada del conflicto regional con Irán si se ha presentado como el “candidato de la paz”. Tampoco una subida generalizada de los precios del petróleo, si era el candidato contra la inflación. Esto puede llevarlo a tratar de contener los impulsos de Netanyahu revitalizando los Acuerdos de Abraham para la paz en Oriente Medio y el reconocimiento de Israel. La pelota está ahora en el campo de los países árabes y en especial de los países del Golfo, cuya compleja posición deberá equilibrar un apoyo discursivo de la causa palestina tras las invasiones israelíes de Gaza y Líbano, y los buenos ojos con los que estos países verían una política agresiva hacia Irán por parte de la nueva administración Trump.
En China, el “perímetro reducido con una valla alta” de Jake Sullivan se convertirá en un “perímetro amplio con una valla más alta todavía”, habida cuenta de la promesa de aranceles generalizados a las importaciones chinas de hasta el 60%. Pero este palo se contrarrestará con la zanahoria de unas negociaciones “hombre a hombre” con Xi Jinping. Taiwán puede convertirse en una pieza de cambio, con la retirada del apoyo incondicional americano a la seguridad de la isla como contrapartida de unas negociaciones con China. No es descartable el escenario opuesto de refuerzo de la confrontación bipolar, dependiendo en buena medida del equipo que acabe conformando la nueva diplomacia americana (hawks o restrainers).
Las nuevas relaciones con la UE. Cuando los principios generales de la política exterior se bajan al detalle y llega la hora de la implementación, empiezan a surgir contradicciones y se plantean decisiones difíciles. Las relaciones con la UE de la nueva administración Trump se dirimirán, principalmente en torno a tres postulados principales: erradicar el déficit comercial, forzar a los europeos a contribuir más a su defensa y fortalecer el ideario político de la Alianza de Patriotas y Nacionalistas. La relación preferida de la nueva administración será la bilateral, en especial con aquellos países que consigan la cuadratura del círculo respecto a las prioridades de Trump y tratando de debilitar la posición multilateral de la UE. La táctica del “divide y vencerás” será contrarrestada por las instituciones comunitarias, pero mucho dependerá de las decisiones de los estados miembros de alinearse con una u otra prioridad (la conllevancia con Trump o el refuerzo de la UE en las próximas crisis transatlánticas). El sentimiento de viento de cola para los partidarios de la Europa de las Naciones y de los Patriotas provocará serias desavenencias con la Comisión de Von der Leyen y se traducirá en divisiones recurrentes en el seno del Consejo.
Aun así, Trump deberá enfrentarse a diversas contradicciones. Con Italia, la cercanía con Meloni puede ir aparejada con la desconfianza hacia un país que destina menos del 2% de su PIB en defensa, postulado principal de la posición americana en la OTAN. Con Países Bajos, la cercanía ideológica con el gobierno encabezado por el partido de la libertad, de extrema derecha, chocará con el déficit comercial que Estados Unidos tiene con el país en sectores como el farmacéutico, químico, maquinaria o ciertos productos tecnológicos. Algo parecido sucedería con una Francia liderada por Le Pen. Qué elementos predominarán en la relación bilateral norteamericana con los distintos países europeos (los ideológicos, comerciales o de defensa) está por ver.
Alemania: eslabón débil de la nueva agenda de la autonomía estratégica europea. El gobierno alemán ha entrado en tiempo de descuento tras la expulsión de tres ministros del partido liberal (entre ellos el ministro de finanzas y jefe del partido, Christian Lindner), parte de la coalición semáforo con socialdemócratas y verdes. La oposición de la CDU/CSU pide acelerar al máximo la convocatoria de elecciones, inicialmente previstas para septiembre de 2025. El canciller Olaf Scholz prefiere por ahora la fecha de marzo de 2025, probablemente tras una moción de confianza en la que sería derrotado, a falta de mayoría alternativa para la otra manera posible de hacer caer el gobierno: una moción de censura que, como la española, debe ser constructiva. Alternativa para Alemania aguarda paciente, con algunos sondeos situándola como segunda fuerza, mientras que la economía alemana sigue lastrada por la difícil situación de su industria y las consecuencias de un segundo año consecutivo en recesión.
La inestabilidad alemana se suma a la debilidad de Macron en Francia. Con la pareja francoalemana en horas bajas, Meloni apostando por la cosmovisión de Trump, Polonia preocupada por salvaguardar el paraguas de seguridad norteamericano y España con dificultades para cosechar mayorías para la profundización de la integración europea, el revivir de la autonomía estratégica europea con Trump 2.0 no será fácil. Los países de la Europa central y oriental probablemente quieran acercar posiciones con la nueva administración americana, y la capacidad europea de llevar a cabo grandes reformas en la línea de lo establecido por el informe Draghi, de lo prometido por la nueva Comisión Von der Leyen o de dar un paso adelante en seguridad y defensa se toparán con un Consejo Europeo dividido. Si los europeos consiguen cierta unidad de acción en las nuevas relaciones transatlánticas, ponen por delante una política basada en intereses (no sólo valores), y Trump se ve limitado por los trade-offs de su política transaccional, la nueva brecha transatlántica podría ser menor de la esperada.
Por Pol Morillas, Director del CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) y miembro de la Junta Directiva del Cercle d'Economia