Las claves geopolíticas del mes. Febrero 2024

Los preparativos de una nueva ola reaccionaria

El Cercle d’Economia, junto con CIDOB, ofrece cada mes un análisis breve de la situación económica global.

Claves geopolíticas Febrero 2024 | Los preparativos de una nueva ola reaccionaria

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La justicia, Donald Trump y una nueva ola reaccionaria. ¿Inaugurarán las elecciones presidenciales americanas una nueva ola de populismo reaccionario en Occidente? De la misma manera que en 2016 el Brexit y la elección de Donald Trump fueron la antesala de la primera gran ola de la internacional populista, lo que llevamos de 2024 parece señalar el inicio del fin del oasis de resistencia al populismo. Donald Trump es ya el candidato in pectore del partido republicano, y a pesar de que la justicia se interpone en su camino, las encuestas son viento en popa para la segunda carrera de Trump a la Casa Blanca. El Tribunal Supremo deberá decidir si admite a trámite el caso que podría hacer descarrilar su candidatura, después de que la corte de Colorado decidiera que Trump no goza de inmunidad presidencial y que debe ser juzgado como cualquier otro ciudadano ante vulneraciones tan claras al orden constitucional como el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.

La decisión del Supremo será una cuestión eminentemente política. Si decide apearlo de la carrera presidencial como instigador del asalto, el poder judicial estará ejecutando aquello que no sucedió durante el mandato de Trump: hacer uso de la 25ª enmienda de la Constitución, que prevé destituir a un presidente tras un impeachment. La pregunta es si aquello que los representantes de los ciudadanos americanos no hicieron lo pueden hacer ahora unos jueces no electos. De ser así, la dialéctica antiestablishment en Estados Unidos y en otras partes del mundo estará servida, reeditando el postulado populista de que no debe haber freno a la voluntad popular representada por unos líderes fuertes, aunque actúen por encima de la ley. Con las elecciones al Parlamento Europeo, donde los sondeos dan a la extrema derecha avances significativos, puede volver a emerger en Occidente una ola reaccionaria tras un lustro de impasse, en el que la elección de Biden, Macron y la respuesta europea a la pandemia parecían dejar atrás la era populista. A diferencia de entonces, una nueva ola reaccionaria se verá esta vez reforzada por altos niveles de inestabilidad internacional, con las guerras de Ucrania y Gaza en activo, y su impacto en la inflación y el comercio internacional. Inestabilidad geopolítica y una nueva ola reaccionaria se consolidan como riesgos políticos de primer orden.

La revuelta del campo europeo. El aumento del precio de los combustibles, los fertilizantes y la competencia desleal proveniente de fuera del mercado europeo (y la creciente burocracia) son los principales motivos de protesta del campo europeo, recientemente en España, y antes en Francia, Alemania, Países Bajos o Bélgica. Elementos que tienen en la dimensión internacional y la geopolítica buena parte del origen de los problemas del campo. Su malestar, sumado al intento de instrumentalización de estas protestas por partidos euroescépticos y de extrema derecha, promete ser uno de los ámbitos de confrontación política en las elecciones europeas de junio. La Comisión Von der Leyen ha hecho de la agenda verde uno de sus principales estandartes. Ahora propone retirar la directiva sobre el uso de pesticidas, precisamente para no fomentar el agravio del campo y la instrumentalización de la protesta por parte del euroescepticismo. También se da marcha atrás -parcialmente- a una decisión de 2021 que levantaba las barreras a las importaciones agrícolas ucranianas como medida de apoyo al país en guerra, pero que el campo europeo consideraba competencia desleal.

Empieza a emerger, naturalmente, un choque entre la agenda verde, la lucha contra el cambio climático y la protección de la biodiversidad, por un lado, y el precio a pagar por parte de los sectores más vulnerables, en este caso el agrícola. Las políticas que emanan de Bruselas se politizan y son objeto de contestación, de la misma manera que lo son las políticas públicas nacionales. El euroescepticismo encuentra en la agenda verde de Bruselas un elemento tangible de confrontación política, mientras que los activistas del clima reclaman mayor valentía para revertir los efectos del cambio climático y la pérdida de biodiversidad. Y abundan las voces que ven en las políticas de la Comisión un ataque directo al eslabón más débil del sector productivo europeo, el agrario, mientras que la presión hacia otros sectores contaminantes es menor. Se calcula que el sector agrario representa más del 10% de las emisiones de efecto invernadero en la UE, y se acusa a la Política Agraria Común, pendiente de reforma, de beneficiar a un reducido grupo de agricultores (el 20% de ellos recibe el 80% de los fondos de la PAC, que a su vez representa aproximadamente el 40% del presupuesto europeo). 

Así, la campaña hacia las elecciones europeas tomará tintes de un debate verdaderamente europeo. Unas elecciones que generalmente se han considerado de segundo orden y que han servido en muchos países para castigar al gobierno en ejercicio, esta vez serán también unas elecciones en las que se debaten los beneficios y costes de una agenda europea centrada en la transición verde, la digital o de seguridad. Asistimos a la madurez de la política europea, pero seguimos huérfanos de una Unión Europea con suficiente poder para ejercer el liderazgo en el ámbito económico, tecnológico y e internacional.

Guerra en Gaza, riesgo de inestabilidad regional. Uno de los mayores focos de desestabilización para Europa sería la regionalización de la guerra en Oriente Próximo. Estados Unidos y Reino Unido prosiguen sus ataques a los hutíes en Yemen y se intensifican los ataques israelíes y americanos a milicias próximas a Irán en Iraq, Siria o Líbano. El riesgo de regionalización del conflicto aumenta, mientras buena parte de los países árabes, y en particular los más cercanos a Estados Unidos, como Qatar o Omán, esgrimen que el principal riesgo de escalada reside en las acciones desmesuradas de Israel en Palestina y los bombardeos en Gaza. Se pone en evidencia, pues, que no es posible desvincular la estabilidad en la región del epicentro del conflicto en Palestina y, por tanto, crece la presión de los países árabes hacia Estados Unidos (también desde Egipto y Arabia Saudí) para que frene las acciones de Israel.

Netanyahu y su gobierno ultraortodoxo y radical hacen caso omiso. La estrategia sigue siendo eliminar a Hamás y liberar a todos los rehenes, a pesar de que, tras cuatro meses de ofensiva, Israel no haya conseguido eliminar a ningún miembro relevante de la cúpula de Hamás ni liberar a los rehenes del 7 de octubre. La estrategia de Netanyahu pasa por alargar tanto como sea necesario una guerra sin fin, consciente de que la justicia israelí acecha con varias acusaciones de corrupción y de que la población pronto reclamará responsabilidades políticas por los fallos de seguridad en los ataques terroristas. En Gaza, crece el temor a que la invasión terrestre alcance la última zona segura para la población civil, la ciudad de Rafah, fronteriza con Egipto, y a la que Israel mandó desplazar a más de un millón de personas. Con cerca de 30.000 muertes desde el inicio de la ofensiva, se acusa a Israel de querer ejecutar el plan que alguno de los ministros más radicales del gobierno ya ha esbozado: un estado que se extienda desde el río Jordán hasta el mar (negando así la existencia de Palestina) y una expulsión masiva de los gazatíes a Egipto para repoblar Gaza con nuevos asentamientos israelíes. 

Bukele arrasa en El Salvador. Nayib Bukele, rostro joven y atractivo del populismo internacional, arrasó en las elecciones presidenciales de El Salvador. Incluso antes del recuento, Bukele proclamó su victoria con más del 85% de los votos. Su receta: la lucha contra las maras, el narcotráfico y una política de seguridad total, muchas veces en detrimento del estado de derecho y de las libertades públicas en el país. Una reedición del clásico dilema entre seguridad y libertad. Los salvadoreños le han dado la razón, y han obviado que el 30% de la población del país vive bajo el umbral de la pobreza y que un 70% del trabajo se realiza en la economía informal. La bandera de la seguridad se ha impuesto a la de la economía. En el corto plazo, esto sirve para ganar elecciones, pero no está claro si la receta puede servir indefinidamente. Sin libertades públicas, estado de derecho o democracia, el camino hacia el autoritarismo está servido y, a pesar de que la situación en El Salvador sea difícilmente comparable a otros lugares del continente, América Latina ve como la robustez de sus democracias se desvanece, con Milei en Argentina o López Obrador en México.

El altavoz de Putin (y Trump). Tucker Carlson, antigua estrella de Fox News y amigo de Donald Trump, se vanagloria de haber sido el único periodista occidental que entrevista a Vladimir Putin. Como si otros medios no afines al binomio Putin-Trump no lo hubiesen intentado antes y hubiesen sido vetados por el Kremlin, o como si su entrevista de tono amable no sirviese precisamente como altavoz en Occidente de la narrativa del Kremlin sobre la guerra de Ucrania. Más paradójico resulta que la propia cadena de Carslon y medios afines a Trump están prohibidos en Rusia. La entrevista de Carlson sí sirvió, no obstante, para corroborar el pensamiento imperialista de Putin, clave para la ofensiva en Ucrania. Putin considera que la guerra se debe al envío de armas de Estados Unidos a Ucrania, y que, si Washington decidiera parar esta ayuda, la guerra terminaría ("en 24 horas", como también promete Trump si es elegido).

Cree que el tiempo corre a su favor porque Estados Unidos está en declive y Europa no tiene ninguna capacidad real de ser potencia internacional y defender a sus vecinos. Justifica la guerra por su objetivo de "desnazificación" de Ucrania y también porque Rusia es una gran potencia que tiene el derecho histórico de dominar Europa central y oriental. Rusia debe ser vista y tratada por Estados Unidos como una superpotencia con derecho a proteger su espacio de interés vital. Según Putin, la agresión a Ucrania es autodefensa: es EEUU quien invade el espacio que Rusia tiene el derecho histórico de controlar y dominar. Por ello, Rusia está dispuesta a negociar, siempre y cuando sea el Kremlin quien dicte los límites territoriales de su influencia y pueda establecer relaciones de dominación hacia los territorios que le pertenecen. Ucrania no tiene así derecho a ser un estado independiente ni gozar de integridad territorial. Es la versión más radical de una nueva ola reaccionaria en Occidente, a la que Carlson ha dado voz -y cosechado 85 millones de reproducciones de la entrevista en su perfil.

Por Pol Morillas, Director del CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs)