Nota de Opinión. Una Europa unida y mejor para reforzar la democracia

La guerra ha regresado a Europa. Lo ha hecho como en los peores momentos de la historia del siglo XX: dejando tras de sí un reguero de dolor e irracionalidad, de frustración y sinsentido que recupera para nuestro presente la barbarie.

Desde el 24 de febrero, Europa se enfrenta a una guerra de agresión con miles de muertes y heridos, destrucción de infraestructuras y devastación completa de ciudades, desplazamientos masivos de población civil y millones de refugiados. Un balance de sufrimiento y violencia que añade, incluso, crímenes de guerra y que cuestiona directamente la esperanza civilizada que representan los ideales de paz y cooperación que inspiran el espíritu de Europa desde los tratados fundacionales de la Comunidad Económica Europea a nuestros días.

Lejos de sacrificar esta esperanza, los europeos debemos fortalecerla más que nunca. La invasión de Ucrania es la prueba más difícil que tenemos que afrontar desde la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, pero también es una oportunidad decisiva para profundizar definitivamente en la materialización del proyecto europeísta.

Este reto exige de todos valentía y responsabilidad a la hora de priorizar la salvaguarda de lo que significa Europa y los valores democráticos en el mundo. De hecho, cualquier otra consideración debe subordinarse a ella. Afortunadamente, no estamos solos. Estados Unidos ha reafirmado su Embargada hasta el día 28/04/2022 a las 16.30h 2 compromiso histórico con la libertad en nuestro continente. Esta circunstancia no solo debe fortalecer el vínculo trasatlántico, sino retomar el entendimiento estratégico con el Reino Unido e impulsar la colaboración política, económica y militar con el resto de las democracias liberales en el mundo.

La guerra de Ucrania es una advertencia para todas ellas y, en especial, para Europa, a quien Rusia ha puesto en jaque geopolítico al tratar de dislocar no solo los fundamentos sociales de nuestra democracia liberal y las bases económicas de nuestra prosperidad, sino la razón misma de un proyecto asentado sobre el respeto a la dignidad humana, la primacía del derecho y la salvaguarda de la paz.

Esta circunstancia lleva al Cercle d’Economia a pedir unidad en la defensa de Europa. Unidad de las instituciones, partidos y agentes sociales que organizan el conjunto de la sociedad civil de nuestro país. En Cataluña y en toda España. Pero unidad, también, en Europa. La gravedad y urgencia del momento presente exige de todos los europeístas que comprendamos que el fundamento de lo que defendemos está amenazado por la guerra desencadenada por Putin en Ucrania.

No hay que olvidar que afrontamos esta amenaza después de dos años de pandemia y con una crisis económica y social muy profunda a nuestras espaldas. Nuestra sociedad está agotada por todo lo vivido hasta ahora. La paz social pende de un hilo y los malestares son numerosos y complejos. Por eso, la unidad debe ser ejemplar y un revulsivo de confianza que nos devuelva la capacidad de creer en nosotros mismos al defender sin fisuras aquello que queremos seguir siendo: demócratas europeos.

La experiencia colectiva de la pandemia ha de sernos de ayuda. Máxime cuando Europa ha sabido estar a la altura de las circunstancias y ha demostrado que podía luchar contra el virus y sus consecuencias sociales y económicas con responsabilidad cívica, solidaridad y cooperación a todos los niveles. El éxito de nuestra capacidad de investigación y desarrollo de vacunas, la solvencia de nuestros sistemas de salud, la eficaz vacunación de la población, la mutualización de los efectos sociales del cese de actividad asociado a los estados de alarma y la adopción de las medidas de reactivación económica como los fondos Next Generation, entre otras iniciativas, constituyen un balance de aciertos que demuestra que Europa es un éxito a pesar de las dificultades.

Por todo ello, estamos en condiciones de afrontar, con una sólida base de cooperación y solidaridad acreditada excepcionalmente estos dos últimos años, el reto adicional de una invasión como la que sufre Ucrania. No nos cabe duda de que su pueblo y su gobierno merecen nuestra solidaridad. Eso significa que el Cercle respalda sin objeciones a la Unión Europea en su apoyo a un país hermano y una democracia hermana como es Ucrania. Debemos estar a su lado y protegerla de una agresión injustificada con toda la ayuda que necesite para resistir la invasión y restablecer su integridad, con el objetivo de crear las condiciones para que cesen las hostilidades y se aborde una solución negociada que ponga fin a la confrontación bélica.

Esta solidaridad debe abordarse con determinación e inteligencia a la vez. Ha de combinar acciones muy distintas que contribuyan a que finalice la guerra lo antes posible, pero buscando una salida pacífica que restablezca la primacía del derecho sobre la barbarie que conlleva su vulneración.

La solidaridad que reclamamos con Ucrania supone seguir impulsando la política de sanciones llevada hasta el momento. Es más, en la medida en que contribuya al fin de la guerra, hay que profundizar en ellas a pesar de las repercusiones económicas y sociales que provoca dentro de nuestras fronteras. Para mitigar sus efectos negativos es imprescindible adoptar en España una serie de iniciativas que den estabilidad interna a nuestro país.

En este sentido, es indispensable salvaguardar la paz social de nuestra sociedad mediante la generalización de una serie de pactos de Estado que afecten a la energía, las rentas, la política fiscal y laboral y el estado del bienestar, así como la seguridad y defensa. No podemos olvidar que la sociedad española, en particular, está gravemente tensionada por corrientes de malestar y crispación que explican el avance de los populismos y la polarización política. Algo que hay que relacionar directamente con la erosión de su bienestar y seguridad por culpa no solo de la pandemia, sino también por las numerosas crisis que soporta la sociedad catalana y española desde 2008.

El Cercle cree que el impulso y desarrollo de estas medidas pasa por dedicar toda nuestra energía colectiva de país a dar seguridad a una Europa que está en peligro. Algo que debe impulsarse a partir de los consensos que fundamentan los valores que encarna el proyecto europeo y que definen un interés general que debe inspirar todas y cada una de las respuestas que habrán de contener, las reformas, los pactos y acuerdos de Estado que necesitamos para salir victoriosos y fortalecidos como país tras esta crisis geopolítica.

No hay que olvidar que durante años el proyecto europeo estuvo sincronizado con el despliegue de la globalización y que, ahora, su cuestionamiento exterior por parte de autocracias y dictaduras nos obliga a consolidar el proyecto con nuevas visiones que integren políticas europeas de defensa, energía, inmigración y tecnología, entre otras. Es el momento para ello. Esa es también nuestra esperanza política. La que mantiene viva, expectante, la victoria del europeísta Emmanuel Macron ante el fantasma del repliegue nacionalista. Una esperanza que sentimos vinculada al principio de subsidiariedad defendido en su día por el presidente Pasqual Maragall, pues, como sostenía: lo que es bueno para Cataluña es bueno para España, y lo que es bueno para España es bueno para Europa.

España, gracias a su posición geográfica y su adhesión europeísta, puede y debe ser un actor relevante en la evolución futura del paradigma europeísta. Debe reivindicar no solo un anclaje atlántico y mediterráneo dentro del realineamiento que la presión geopolítica en el este y centro de Europa plantea de cara al futuro, sino aprovechar su proyección en África, América Latina y el mundo árabe. No será sencillo, pero es necesario un esfuerzo de imaginación y reinvención de las capacidades geopolíticas de España porque está en juego nuestro futuro como país y como sociedad.

En este esfuerzo colectivo necesitamos, como decíamos, alcanzar pactos de Estado que garanticen que la economía geopolítica en la que estamos inmersos y las decisiones excepcionales que van a ser necesarias tengan detrás un acuerdo a la altura del momento. Si, como decía Ortega, España era el problema y Europa la solución, los españoles, a través de los líderes políticos y los agentes sociales, demostramos durante la Transición, con los Pactos de la Moncloa, que sabemos hacer lo que la situación exige. Una muestra de madurez que ahora debemos actualizar si queremos que Europa siga siendo el proyecto que todos estamos de acuerdo en seguir haciendo nuestro.

Precisamente este es para el Cercle el compromiso más profundo y auténtico, que aloja en su seno fundacional como entidad de la sociedad civil. Un compromiso europeísta que nace de sus valores originales y que tenemos conciencia de que han de ser actualizados para que sigan vigentes. Por eso, queremos ser especialmente enérgicos en su defensa. Como reconoce la Brújula Estratégica aprobada por el Consejo el 21 de marzo, nuestro continente es especialmente vulnerable a la crisis geopolítica que nos ha puesto delante la invasión de Ucrania. Los países europeos son una minoría democrática en un mundo cada vez más sometido al autoritarismo. Ocho de cada diez personas viven en el planeta bajo autocracias o gobiernos en proceso de serlo. Europa sigue siendo una excepción, aunque aloja en su seno corrientes sociales poderosas que también desean soluciones autoritarias.

Esta realidad tan hostil a la democracia liberal y que evidencia la invasión de Putin de Ucrania, exige de Europa un paso adelante como actor internacional si queremos seguir viviendo bajo gobiernos que protegen la libertad de sus ciudadanos. Eso supone que, junto al esfuerzo de combatir la crisis ecológica impulsando una economía descarbonizada, ahora, además, luchemos contra la crisis geopolítica que provoca el auge global del autoritarismo. Un esfuerzo adicional que no invalida el primero, sino que lo complementa

Esta es la razón por la que los fondos Next Generation deben seguir destinados a reducir la huella de carbono global, en la línea programática de la presidenta de la Comisión, Ursula von der Leyen, a quien este año concedemos nuestro Premio Europa. Pero, también, estos fondos deben darnos seguridad en el proceso descarbonizador al garantizar la paz que necesitamos para afrontar ese reto. Para ello, no solo necesitamos incrementar nuestro gasto en seguridad para proteger nuestro modo de vida, sino también orientar nuestra economía hacia objetivos geopolíticos. Un empeño realista que debe hacernos apostar, entre otras cosas, por una soberanía tecnológica europea, pues fabricar nuestros propios chips es tan importante como defender la libertad de información en las redes sociales o evitar el hackeo de nuestras infraestructuras críticas.

Muchas y difíciles son las pruebas que estamos afrontando las sociedades democráticas en los últimos años. La guerra en Ucrania probablemente no será la última de ellas, pero seguro que dependerá de nosotros que no sea la definitiva. Por ello es fundamental combatir el miedo de la guerra y apelar a la esperanza de la paz. De nosotros dependerá que venza la segunda. Entre otras cosas porque, como nos enseñaron los clásicos, en el carácter del ser humano está nuestro destino. Hoy, cuando la invasión de Putin muestra el rostro más cruel de una guerra que trata de sojuzgar a todos los europeos, en el Cercle d’Economia estamos convencidos de que la confianza en la fuerza imperecedera de la libertad sigue siendo la mejor garantía de que seguiremos encontrando en ella nuestro destino.