Más allá de las consecuencias económicas de la crisis provocada por la Covid-19, parece cada vez más claro que esta tendrá, también, derivadas de carácter político, social, cultural, educativo o científico que condicionarán nuestra manera de vivir y de entender un mundo, que, tal como lo habíamos conocido hasta ahora, se desvanece. Este puede ser un buen momento para repensar y priorizar aquellos aspectos vitales para el desarrollo sostenible y el progreso de nuestras sociedades.
El Cercle d’Economia continua la conversación con destacados actores de nuestro entorno para tratar de reflexionar y aportar ideas sobre lo que está pasando y cómo se van configurando, desde este momento, las opciones para construir el día siguiente.
Luz, comida y tabletas
Gregori Cascante, Director General de Daleph/Ingeus
Desde hace mucho tiempo sabíamos que la pobreza de nuestras comunidades era un grave problema, aunque exceptuando algunos momentos durante la crisis anterior no molestaba demasiado. Alguna incomodidad estética como ver las colas en parroquias o en comedores solidarios, alguna molestia intelectual al leer en la prensa los artículos que resumían estudios sobre el tema… Pero molestar, lo que se dice molestar, poco. En estas latitudes, a diferencia de lo que ocurre en otros continentes, la pobreza no genera grandes niveles de violencia y, mientras eso no suceda, la incomodidad es asumible. Además, la pobreza en general habita en barrios que no frecuentamos, y si lo hace en territorios más “normalizados” tiende a esconderse. Alardear de pobre no es cool.
Uno de los recurrentes (junto a los problemas habitacionales) de estos últimos años ha sido la pobreza energética: la dificultad de muchas familias para hacer frente a los gastos de electricidad, agua y gas. La respuesta de las administraciones y de las subministradoras ha sido lenta, pero mi impresión es que, a falta de afinamientos, ha acabado siendo bastante razonable. Mucho menos eficientes hemos sido con los problemas de vivienda y de empleo a los que, aun contando con experiencias sobresalientes, no hemos sido capaces de dar una respuesta amplia y eficaz.
Pero la nueva crisis ha empequeñecido la dimensión de lo anterior. La emergencia (no la del decreto, sino la real) de muchas familias ha hecho que la falta de comida sea su necesidad más perentoria. Organizaciones como Cáritas han tenido que reorientar parte de su acción para tratar de mitigar esta situación, y su primer objetivo ha pasado a ser que muchas familias no pasen hambre. Especialmente delicado, como hemos podido leer por la prensa, ha sido el caso de los niños que mantenían un cierto equilibrio nutricional gracias a los comedores escolares y que, al desaparecer estos, han visto como desaparecían parte de sus comidas diarias.
“Pero está apareciendo a marchas forzadas otra emergencia, la digital. Es menos sangrante que la alimentaria, pero no sé si no es más grave.”
Esta emergencia alimentaria se mantendrá durante algún tiempo, aunque mediante la acción combinada de entidades y ayuntamientos se está mitigando de forma razonable. ¡Muchas gracias a todos los que lo hacéis posible!
Pero está apareciendo a marchas forzadas otra emergencia, la digital. Es menos sangrante que la alimentaria, pero no sé si no es más grave. Muchos estamos encantados de descubrir el teletrabajo y, gracias a él, que nuestras capacidades digitales pueden ser mucho mayores de lo que pensábamos. Teams, Zoom, Hangouts… se han convertido en muy poco tiempo en palabras y herramientas habituales y si además tienes, como es mi caso, un hijo tecnólogo que te echa una mano, la cosa ya es estratosférica. Disfrutamos pensando, además, en los muchos viajes que nos vamos a ahorrar en el futuro y en cómo la puntualidad que se está imponiendo en las reuniones mejorará la eficiencia de nuestras empresas. El problema es que muchos pobres lo van a ser más porque también van a quedar al margen de estos descubrimientos. La primera señal de alarma la hemos tenido en el ámbito escolar, cuando hemos comprobado que muchos niños no pueden seguir las escasas actividades digitales que les proponen sus maestros por falta de medios y del entorno necesario. La segunda la vamos a tener en el empleo.
En algunos estudios que hemos realizado recientemente, la falta de mínimas capacidades digitales es el tercer elemento que mejor explica por qué una persona no encuentra empleo, después del tiempo en desempleo y la edad. Podemos aventurar que en los próximos estudios que hagamos este factor va a ganar posiciones. Me temo también que esta emergencia va a ser más difícil de combatir que la alimentaria. Es menos explícita y requiere más sofisticación (herramientas, conexión, formación…), pero en un contexto de presencialidad muy reducida que durará muchos meses, la brecha digital será más brecha, muchos pobres lo serán más y además les costará más salir de su situación. Por eso, a la luz y a la comida tenemos que añadir las tabletas.