Cuando se abra la puerta

Más allá de las consecuencias económicas de la crisis provocada por la Covid-19, parece cada vez más claro que esta tendrá, también, derivadas de carácter político, social, cultural, educativo o científico que condicionarán nuestra manera de vivir y de entender un mundo, que, tal como lo habíamos conocido hasta ahora, se desvanece. Este puede ser un buen momento para repensar y priorizar aquellos aspectos vitales para el desarrollo sostenible y el progreso de nuestras sociedades.

El Cercle d'Economia inicia una conversación con destacados actores de nuestro entorno para tratar de reflexionar y aportar ideas sobre lo que está pasando y cómo se van configurando, desde este momento, las opciones para construir el día siguiente.

“Vivimos en la incertidumbre de
un confinamiento que tiene que acabar
algún día, sin saber qué tendremos que hacer cuando se abra la puerta.”

Rafael Vilasanjuan, Director de Análisis y Desarrollo de ISGlobal

Durante el bachillerato, un profesor me comentó un día que si le pagaran por las matemáticas que no sabía, en vez de por las que sabía, probablemente sería millonario. Algo similar nos está pasado con el COVID19. Mientras se avanza en ciencia y la medicina libra la batalla en las trincheras, la información de la que disponemos es mucha y no toda buena, pero para salir del pozo en el que nos ha metido este virus, la que no disponemos es probablemente la más necesaria.

Sabemos que el virus afecta con más incidencia a las personas inmunodeprimidas, especialmente a los mayores, pero no cómo discrimina al resto de la población; sabemos sobre todo que, a falta de una vacuna, la epidemia solo se lograría parar cuando alcanzase a un 60% de la sociedad, pero no sabemos si esa vacuna estará disponible antes de que una segunda oleada de infecciones nos devuelva a una nueva situación de alarma antes de que acabe el año. Sabemos, sabemos, sabemos… aunque lo único que de verdad podemos afirmar es que vivimos en la incertidumbre de un confinamiento que tiene que acabar algún día, sin saber qué tendremos que hacer cuando se abra la puerta.

Lo más probable es que esa puerta no se pueda abrir de golpe. Al menos no hasta que tengamos un tratamiento disponible, algo que puede llegar antes que la vacuna. No saldremos como el ganado del redil: la salida del confinamiento será escalonada, se mantendrán muchas de las medidas de aislamiento social y, a buen seguro, pasará bastante tiempo hasta que podamos recuperar actividades con afluencia de público. Los bares y restaurantes tendrán que adaptar sus espacios para asegurar distancias, y algo parecido ocurrirá con las tiendas. Es probable que aceptemos incluso un seguimiento a través de móvil, como ya se hace en Suiza, que controle si estamos o no infectados, y con ello también nuestros desplazamientos. La mayoría medidas pasajeras hasta volver a recuperar la calma. Más allá de eso, el mundo, cuando salgamos, no será un mundo diferente, pero tendremos que empezar a construirlo corrigiendo las carencias por las que hemos llegado hasta aquí, si no queremos que esta situación de confinamiento se acabe convirtiendo en algo habitual.

La crisis del COVID19 se ha ido cocinando a fuego lento. Sabíamos que estaba ahí. Había signos suficientemente claros. Bill Gates la había pronosticado (conferencia TED, marzo 2015) y el Organismo de Vigilancia Global de Emergencias (GPBM) anunció el pasado septiembre en su informe anual, mucho antes de que apareciera en China, que el riesgo de una pandemia por virus que se llevara la vida de millones de personas y hundiera en un 5% la economía global era probable. Desde que en el año 1979 se erradicó la viruela, la carrera por acabar con todas las enfermedades infecciosas, dejo el mundo divido en dos: a un lado los países con recursos donde no había grandes epidemias, en el otro, el resto, donde la gente muere por enfermedades infecciosas perfectamente tratables. La ilusión apenas duró una década: la irrupción del VIH primero y, posteriormente, epidemias como el SARS, la gripe aviar o el Ebola, fueron el anuncio de que el muro económico que habíamos construido no era suficiente para garantizar la seguridad global. Ni la población, ni como consecuencia los políticos, no sintieron la amenaza y no se tomaron las medidas necesarias. Pero como el fuego del volcán, todas las crisis, por lentas que se presenten, acaban teniendo manifestaciones abruptas.

Ahora es tarde para pensar que deberíamos haber actuado de otra manera. Tampoco lo hubiéramos hecho, ya que las predicciones basadas en modelos matemáticos no cambian conductas, y hasta que el virus no llegó a nuestras casas nadie hubiera aceptado el confinamiento. Es importante que entendamos que lo que nos ha pasado es culpa de todos, porque esta crisis, ni es la única ni, desgraciadamente, tampoco la última que vivirá nuestra generación. Por mencionar solo uno de los grandes retos globales

que avisan sin que tomemos las medidas necesarias, el cambio climático es otra gran amenaza anunciada, que no tardará en tener manifestaciones abruptas. ¿Estamos preparados? Como con el COVID19, el principal fracaso para dar respuesta a un reto que afecta a todo el mundo es la falta de mecanismos globales para hacerle frente. Cada país ha actuado por su cuenta, como si el virus conociera de fronteras y el regreso a los estados soberanos se convirtiera inmediatamente en barrera. No ha habido coordinación, cada país ha tomado sus medidas sin tener en cuenta las del vecino de al lado, una respuesta segmentada que solo ha hecho más fuerte al virus y más largo su viaje.

El fracaso de la gobernanza global como consecuencia de un mundo que, más que nunca, ha demostrado ser incapaz de hacer frente a los grandes riesgos de seguridad que nos acechan, ha sido tan evidente que cuando se abra la puerta no veremos un mundo nuevo, pero no podremos perder tiempo para empezar a construirlo. No será inmediato. Al igual que la salida de este confinamiento, tendremos que ir haciéndolo por pasos. Harán falta líderes capaces tirar del carro, pero encontraremos una sociedad más consciente de afrontar cambios en profundidad en nuestra manera de gestionar los recursos globales, en el consumo, en la huella climática, el medioambiente, en los movimientos de población y en la definición de bienes públicos globales, como la sanidad o el oxígeno que respiramos.

La Segunda Guerra Mundial es un buen precedente. El mundo que logró sobrevivirla se convenció a sí mismo para construir unos mecanismos capaces de frenar intereses económicos o expansivos que nos llevaran a una nueva guerra global. Ahora es al revés, no es la ambición económica o expansiva la que ha traído la inseguridad, sino una epidemia que ha hundido la economía, poniendo a riesgo a todos. Los mecanismos que se crearon entonces para control del riesgo, como los acuerdos de Bretton Woods, la ONU, el Banco Mundial, incluso la Unión Europea, han hecho posible una globalización fundamentalmente económica. Ahora sabemos que ya no puede ser solo eso, porque un virus microscópico es capaz de hundir la economía y descomponer en piezas el puzle global. Como entonces, hace falta un pacto entre países para crear nuevos mecanismos de acción internacional, porque las instituciones que se crearon hace casi un siglo no son las hoy que pueden dar respuesta. No se trata de crear un gobierno global -hoy por hoy una utopía-, pero cuando salgamos vamos a tener que volver a definir una lista de los principales retos a los que solo podemos hacer frente de manera global, y alcanzar compromisos capaces de darles respuesta conjunta y rápida. O eso o volveremos a cerrar la puerta.

Cuando se abra la puerta

Rafael Vilasanjuan, Director de Análisis y Desarrollo de ISGlobal

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