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Ciudad global en tiempos de incertidumbre
Desde que la socióloga holandesa Saskia Sassen dio notoriedad al término en la década de los noventa, ciudades de todo el mundo se han lanzado a una carrera por formar parte de la liga de las ciudades globales. Una liga que integra, supuestamente, a las ganadoras de la globalización. Ciudades hiperconectadas, hubs económicos y de innovación, capaces de atraer sedes gubernamentales, empresariales, culturales o científicas; ciudades llenas de talento, creatividad y oportunidades; ciudades diversas que apuestan por la sostenibilidad y la calidad de vida. Aunque a nadie se les escapa que todas estas ciudades acumulan también desigualdades, periferias, pobreza, contaminación y están muy expuestas a fenómenos impredecibles como la pandemia que en las últimas semanas está desbordando nuestras realidades.
Barcelona no es una excepción. Desde que los Juegos Olímpicos de 1992 la pusieron en el mapa, la ciudad ha realizado importantes esfuerzos por competir en las grandes ligas. Está claro que cuando Sassen escribió por primera vez sobre las ciudades globales, no pensaba en Barcelona. Se refería a los centros neurálgicos de la globalización, a las ciudades que articulan el sistema financiero: Nueva York, Londres y Tokio. Pero también es cierto que actualmente Barcelona aparece en todos los estudios y en los rankings que, desde una perspectiva u otra, analizan el comportamiento de las ciudades globales.
El estudio de Brookings Institution apunta a que las ciudades globales no responden a un patrón único y homogéneo. Lo son en la medida en que aportan un alto valor añadido en ámbitos considerados clave para la economía global, ya sean las finanzas, la industria, el comercio global, la innovación, la ciencia, el talento o la conectividad.
En 2016 la Brookings Institution, el principal think tank del mundo con sede en Washington, impulsó un estudio en el que proponía una revisión del concepto de ciudad global a partir del análisis de las principales 123 áreas metropolitanas del planeta, incluida Barcelona. De acuerdo con éste, la economía global ya no la conducen un número reducido de centros financieros, sino que se sustenta en una vasta y compleja red de ciudades que participan en los flujos internacionales de bienes, servicios, personas, capitales e ideas, contribuyendo, cada una a partir de su especificidad, al crecimiento global. La aproximación de la Brookings, aunque discutible, incorpora elementos interesantes para reflexionar sobre el papel de Barcelona como ciudad global.
Peso medio
El estudio apunta a que las ciudades globales no responden a un patrón único y homogéneo. Lo son en la medida en que aportan un alto valor añadido en ámbitos considerados clave para la economía global, ya sean las finanzas, la industria, el comercio global, la innovación, la ciencia, el talento o la conectividad. Hay ciudades que se muestran altamente competitivas en todos los ámbitos; son los pesos pesados, los gigantes globales tradicionales –Nueva York, Los Ángeles, Londres, Paris y Tokio– o las que emergen con dígitos imparables de crecimiento —Shanghái, Pekín, Hong Kong, Seúl o Singapur. Otras los son en ámbitos concretos, como el conocimiento –Boston, San Francisco o Estocolmo—, o la manufactura. Pero la mayoría de las ciudades analizadas son pesos medios, moderadamente competitivas en ámbitos diversos. Barcelona es, en este sentido, un peso medio en la liga de las ciudades globales del mundo. Como lo son Ámsterdam, Berlín, Madrid, Toronto, Sídney o Viena.
La capital catalana destaca en algunos ámbitos a nivel global. Es, sin duda, una de las ciudades europeas que más turistas atrae; y en este sector, compite cada año con ciudades como París, Viena o Madrid en el top 5 de las ciudades que más ferias, congresos y reuniones profesionales organizan en el mundo. Fruto de ese buen posicionamiento, Barcelona ha sido capaz de captar congresos internacionales en ámbito fuertemente estratégicos como puede ser el Mobile World Congress o la Integrated Systems Europe (ISE), feria líder mundial en el sector audiovisual que llegará a la ciudad procedente de Ámsterdam.
El Mobile ha permitido, además, generar un ecosistema de startups que operan en el sector TiC que es reconocido como de los más dinámicos de Europa. Un ecosistema de innovación que convive con otros de alto valor añadido como el de la biomedicina, el del diseño, el de la movilidad o el del deporte. Todo ello en una ciudad con buenas infraestructuras de conectividad —un aeropuerto con rutas globales y un puerto muy bien posicionado en algunos segmentos de actividad—, un robusto sistema de salud y un alto nivel de calidad de vida.
Sin embargo, lo sustancial de ser una ciudad global no radica en el mero hecho de serlo, de aparecer en tal o cual ranking, sino en el impacto que tiene para la economía y para la cohesión social y la calidad de vida de la ciudadanía. Resulta indiscutible que para Barcelona estar tan bien posicionada en el turismo y en la captación de eventos internacionales tienen un impacto muy positivo. Genera un gran dinamismo en el sector de los servicios y miles de puestos de trabajo. Como también lo tiene haber consolidado ecosistemas de alto valor añadido en sectores ligados a la innovación, el conocimiento y la creatividad. Movilizan talento, empleos de alto perfil, inversiones y genera importantes oportunidades económicas.
Escenarios inciertos
Aunque como señalan cada vez más expertos, las ciudades globales no están en absoluto exentas de externalidades negativas. Ser un hub global en la organización de ferias y congresos comporta una cierta especialización en empleos precarios, de poco valor añadido. Ser un nodo regional en la recepción de cruceros conlleva problemas de contaminación y contribuye a la masificación turística. Captar sedes y talento internacional puede implicar, como explica muy bien la propia Sassen en sus trabajos más recientes, procesos de expulsión de las franjas menos cualificadas de la población que se traducen en gentrificación, fragmentación urbana y generación de nuevas periferias.
Si la gestión de las externalidades negativas requiere la definición de mecanismos de corrección, la de la vulnerabilidad y la impredecibilidad implica reforzar la capacidad prospectiva y de diseño de escenarios inciertos.
Pero a todas estas externalidades, hoy resulta inevitable añadir dos factores nuevos: la vulnerabilidad y la impredecibilidad. Las ciudades globales son cada vez más vulnerables a los efectos del cambio climático, a la violencia terrorista y, como se está poniendo de manifiesto en estos días, a pandemias globales como la del COVID-19. Fenómenos que en muchos casos generan dinámicas difíciles de prever como los desastres naturales, la crisis de salud global que nos azota o el escenario económico que la seguirá.
En este contexto, el concepto resiliencia cobra una dimensión sin precedentes. Si la gestión de las externalidades negativas requiere la definición de mecanismos de corrección, la de la vulnerabilidad y la impredecibilidad implica reforzar la capacidad prospectiva y de diseño de escenarios inciertos. Las ciudades deben ser capaces de planificar estrategias de prevención, adaptación y mitigación de todos los riesgos, sean ciertos o hipotéticos.
Barcelona, como ciudad global y vulnerable debe tomar buena nota de ello. Debe aprender a navegar en escenarios inciertos. En el pasado, reciente y no tan reciente, lo ha tenido que hacer. Ahora entramos, sin embargo, en una dimensión desconocida en la que serán necesarias grandes dosis de liderazgo y visión.
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