Un pasaje estrecho, pero pasaje al fin

Este texto recoje la intervención completa del profesor Mas-Colell en la sesión "Estabilidad y lealtad: un nuevo marco de actuación", que tuvo lugar el 11 de diciembre de 2019 en el marco del ciclo de diálogos "España Plural / Catalunya Plural", organizados por el Cercle d’Economia, la Fundación Diario de Madrid y la Asociación de Periodistas Europeos

“Los conflictos difíciles son aquellos en los que falta la confianza. Pueden las partes intuir los parámetros de un compromiso posible, pero si ninguna de ellas confía en la otra el compromiso solo se alcanzará si se construye un marco de confianza en su cumplimiento. Y esto solo se puede llevar a cabo paso a paso, hito a hito”

En primer lugar, muchas gracias a las tres instituciones organizadoras por la invitación a participar en este diálogo con mi buen amigo y colega economista Carlos Solchaga.

En rigor, una reflexión sobre el futuro debería comenzar por una mirada al pasado. Pero en los pocos minutos disponibles prefiero concentrarme en el futuro. El pasado es por todos conocido, aun si en nuestras necesarias críticas y autocríticas lo podamos interpretar de maneras diversas. El futuro, en cambio, no está predeterminado y lo que ahora importa es que colectivamente no nos equivoquemos o, si se quiere y permitiéndome, como excepción, una mirada furtiva al pasado, no nos volvamos a equivocar.

Si no por otra cosa que por mi dedicación académica, y con perdón de Adam Smith, sé bien que la interacción de múltiples decisores puede generar resultados que no son deseables para la inmensa mayoría de los mismos. Eso puede ocurrir, incluso, contando con su plena racionalidad. Y no digamos cuando esta hipótesis es dudosamente descriptiva. Si, por ejemplo, las emociones juegan un papel destacado en la decisión colectiva. Me permitiréis, sin embargo, que proceda por unos minutos bajo la dudosa hipótesis.

Andreu Mas-Colell

En estas semanas la interacción en torno al conflicto catalán está entrando en una fase de negociación, formal e informal. Es de celebrar, ya que los niveles de tensión alcanzados son perjudiciales para todos.

En la negociación, en sentido amplio, tenemos, aquí y ahora, como mínimo cuatro sensibilidades. No intento asociarlas de forma estricta con partidos políticos. Hay correlaciones, pero también convivencia de sensibilidades dentro de una misma formación política, un factor más de complejidad. Por un lado, tenemos, en Catalunya, a los soberanistas independentistas, los de toda la vida, aquellos para los cuales una nación debe tener un Estado, y tenemos también a los soberanistas que llamaré a-independentistas, los que pueden relativizar la independencia y poner más énfasis en la preservación de la nación y en el autogobierno. Por otro, en el global español, inclusivo de Catalunya, tendríamos, respecto al conflicto catalán, la sensibilidad dialogante y la no-dialogante. En términos de fuerza electoral, las dos últimas elecciones generales parecen demostrar que la dialogante es mayoritaria, aunque por poco. ¿Cuál debería ser el resultado de la interacción estratégica de estas cuatro sensibilidades con respecto a la formación de gobierno y más allá?

Pienso, bajo la hipótesis de racionalidad, que debería ser uno donde una mayoría parlamentaria, que refleja una mayoría social, da paso a un gobierno que propicia el dialogo y la negociación. Desde el lado catalán propiciarlo es lo que técnicamente se denomina una estrategia dominante: es lo mejor en cualquier circunstancia. Para los soberanistas a-independentistas que, como tales, mantienen alguna esperanza que la negociación pueda dar resultados positivos, su actitud natural será la de no cerrar el paso a este gobierno. Y los que no lo creen deben hacer lo mismo porqué, si tan convencidos están del fracaso de la negociación, será demostrando que están dispuestos a negociar -y, añado, limitándose a manifestaciones de protesta ordenadas, demostrativas y no disruptivas- cómo se cargarán de razón y, en la terminología al uso, ampliarán la base para la siguiente fase del contencioso. Evidentemente, en este caso también la estrategia dialogante será la mejor para la sensibilidad dialogante española.

En resumen: esperemos que se forme un gobierno que impulse diálogo y negociación. La siguiente pregunta es sobre el ritmo y el contenido de esta negociación.

El ritmo va a ser necesariamente lento. Los conflictos difíciles son aquellos en los que falta la confianza. Pueden las partes intuir los parámetros de un compromiso posible, pero si ninguna de ellas confía en la otra el compromiso solo se alcanzará si se construye un marco de confianza en su cumplimiento, y esto solo se puede llevar a cabo paso a paso, hito a hito.

Otro factor que propicia la lentitud es la realidad de la prisión y exilio.

Creo que hay que pensar a ocho años vista, lo cual significa que en los primeros cuatro habría que asegurar que tengamos los siguientes cuatro.

Tampoco es fácil precisar los contenidos y a los hitos que es realista alcanzar en un primer periodo de cuatro años. Porque en gran medida se trata de alcanzar un clima de distensión y de interlocución permanente, fluida y progresivamente empática. No es realista, sin embargo, esperar que a esto se llegue simplemente por el hecho mismo de hablar. Deberá haber gestos con substancia y un encadenamiento de hitos. No me corresponde concretar estos, aunque ya he mencionado dos por el lado catalán: facilitar la formación de gobierno y limitarse a movilizaciones ordenadas y no disruptivas. Pero, por el lado del gobierno de España, sí diría lo siguiente: a mi entender dos ejes propulsores de la desafección catalana, en la terminología del President Montilla, son la percepción que el modelo territorial centralizado se está consolidando con fuerza, ejemplarizado en el mapa del AVE o en el crecimiento del poder económico de Madrid, y la percepción que España ve la identidad nacional catalana o, si se quiere, la nacionalidad catalana, como una amenaza y, en particular, la prevalencia de la lengua como una imperfección.

Pienso que el soberanismo, entendido como la convicción que el pueblo catalán es un sujeto político, no decrecerá en el futuro, pero el independentismo podría hacerlo si desde Catalunya se tuviese la percepción que España está dispuesta a ser como Alemania, con su Berlín, Múnich o Frankfurt. O aún mejor, como Canadá, donde la realidad nacional de Quebec es paralela a la catalana y más respetada. Todos los hitos y los gestos que vayan en esta dirección marcarán caminos de distensión. No es difícil identificar los ámbitos relevantes: infraestructuras, como puerto y aeropuerto, establecer y desarrollar en profundidad el consorcio tributario ya previsto, y no discutido, en el Estatuto del 2006, o no cuestionar la troncalidad escolar del catalán y el objetivo del bilingüismo perfecto y culto. Cada uno tiene su lista. Pero en términos generales diría que será fácil reconocer si las políticas del gobierno se orientan en la buena dirección.

Andreu Mas-Colell

Como he dicho, ocho años pues para la escalada de hitos. Es natural preguntarse si el hito final será un referéndum sobre la independencia o, estrictamente hablando, una reforma constitucional que lo permitiese. Lo dudo mucho pero también afirmo que es legítimo reivindicarlo. Ciertamente en algún momento deberá haber una apelación al voto popular para, por así decir, sellar el acuerdo con solemnidad. Pero no podrá ser pronto, y probablemente no podrá ser mientras continúe la cárcel y el exilio. En particular, no soy partidario de una reforma constitucional a corto plazo. No resolvería el conflicto catalán una reforma constitucional que no tuviese mayoría o solo una mayoría exigua en Catalunya. Y no veo otro resultado posible a corto o medio plazo que éste.

Pienso además que nuestro problema medular no es uno de Constitución sino de Tribunal Constitucional. Una Constitución que entre muchas otras cosas admite una distinción entre regiones y nacionalidades puede tener desarrollos variados. Las ambigüedades en su redacción definen muchos caminos abiertos, incluido, por ejemplo, el federal. Pero estos caminos se han ido cerrando por la dominancia reaccionaria en la composición del Tribunal Constitucional. Cualquier agenda de distensión habrá de incluir el reequilibrar esta composición. No se nos diga que esto es politizar. Los que como yo hemos vivido muchos años en los EE. UU. sabemos muy bien que la composición de la máxima corte de un país es un tema esencialmente político. Y, dicho sea de paso, la derecha española también lo entiende muy bien. La izquierda no tanto.

Se afirma con frecuencia que no podrá haber un acuerdo sólido y duradero si no incluye a la derecha española. Es cierto, pero la observación no puede implicar que esta derecha tenga capacidad de veto en cada momento, y especialmente no en este momento. Tradicionalmente la izquierda española ha sido más dialogante con Catalunya. Y ello justifica ahora que desde los grupos parlamentarios catalanes o vascos, aún los de centro derecha, se les permita gobernar. En los países democráticos gobiernan las mayorías y cualquier mayoría es legítima. El día que la intolerancia hacia la diferencia catalana y vasca, y el procurar que ese sea tema central de las elecciones, reste a la derecha más votos que le añada será un día decisivo, un punto de inflexión en el devenir de la sociedad española. Los partidos catalanes deben trabajar para que ese día llegue, que no será, a mi parecer, antes de ocho años. Para ello deberían practicar una política suficientemente moderada para garantizar que, si la derecha plantea unas elecciones como un asalto al autogobierno catalán, o vasco, o gallego, las pierda.

Andreu Mas-Colell

Es posible que sea estrecho el corredor entre una moderación catalana sostenible y las políticas que un gobierno de España considere viables en el marco de sus perspectivas electorales. Pero estoy convencido que este corredor existe, que los resultados electorales recientes lo apuntan y que es la única esperanza que seriamente nos queda a todos los que queremos evitar que el conflicto se agrave. Ya sé que hay independentistas que no lo ven así. Que piensan que la derecha española nunca cambiará y que continuará intimidando a la izquierda de tal forma que a una moderación catalana le faltará oxígeno. Yo les repetiría que aún si creen que es así, y precisamente porque lo creen, servirán mejor su interés pretendiendo que no lo creen. Son todavía muchos los catalanes que están dispuestos a dar una oportunidad a esa posibilidad y es mejor que no vean en el independentismo una obstrucción a la misma.   

El panorama prospectivo que les he descrito, y que pasa por la formación del gobierno de coalición de izquierdas, puede irse a pique por, al menos, tres razones. Una es que el PSOE sucumba a la presión de los sectores que desearían un gobierno de gran coalición sin Sánchez. No lo creo probable si éste dispone de una actitud favorable de, como mínimo, Esquerra. La segunda razón son las emociones de la opinión pública y de las bases de los partidos. El veto del parlamento catalán a Iceta como presidente el Senado, por ejemplo, no tiene otra explicación. Con dirigentes políticos muy estimados en prisión y en el exilio cualquier incidente o provocación conlleva impactos emocionales que pueden interferir grandemente en una negociación. Ello es especialmente así si, y esta es la tercera razón, estos inciden sobre la competencia electoral entre partidos. Lo hemos visto en el pasado y es un factor siempre presente. Seguramente Esquerra quiere abrir paso al gobierno de coalición. Pero teme perder votos hacia JxC, por la derecha, y a la CUP por la izquierda. Ambas formaciones se encuentran en la posición cómoda de ser aritméticamente irrelevantes y se pueden permitir los grados de libertad derivados de no cargar con la responsabilidad por la no formación del gobierno de coalición. En cierta forma es lo opuesto a lo que ocurrió cuando en octubre de 2017 el President Puigdemont estuvo a punto de convocar elecciones.

Termino expresando el deseo de que los líderes de los partidos sepan mirar a medio plazo. Estoy convencido que a medio plazo una actuación responsable será recompensada electoralmente. Pero no puedo evitar expresar el deseo que los electores supieran también contener sus emociones, y reaccionar con la cabeza fría, también a corto plazo. 

Un pasaje estrecho, pero pasaje al fin

Andreu Mas-Colell

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